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¡HOLA HOLA! ¿QUÉ LES VA PARECIENDO LA HISTORIA? ¿LES GUSTA?

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—No puedo decir que no sea noble lo que has hecho... —dijo Ayla—, tu padre te conoce bien, incluso se adelantó en las cuestiones legales, pero ¿no te parece una locura? Digo, es una hija y tú no sabes nada de niños, ni siquiera estás casado.

—Las influencias de los Hamilton al fin sirven para algo más que para no ir a prisión —dijo Publio con la mano de Brina.

—Lo tenías planeado desde hace tiempo, ¿por qué no me lo habías dicho? —lo miró.

—Porque aún no lo tenía del todo decidido.

—¿Qué es hija natural? —preguntó entonces Brina y Ayla le sonrió antes de mirar a Publio.

—Significa que él te ha adoptado, Bri, ahora eres su hija.

La niña frunció el ceño y miró hacia el garboso hombre.

—Pero... no entiendo —arrugó su frente—. ¿Papá no era papá?

—Sí, lo era —dijo Publio, poniéndose en cuclillas junto a ella y tomándola de la cintura con ambas manos—. Tus padres siempre serán los que te dieron la vida, pero ahora, yo me haré cargo de ti.

—Mmm... ¿me comprarás más vestidos?

—Sí, todo lo que tú quieras.

—¿Todo?

—Sí.

—¿Hasta un conejo? —Publio arrugó la nariz y negó.

—No me gustan esos animales.

—Lo siento linda, pero tu papá es alérgico.

Tanto el hombre como la niña se sorprendieron ante las palabras que Ayla había dicho con tanta naturalidad; era verdad, Publio se había convertido en el padre de Brina.

—¿Papá? —la niña miró hacia Publio—. ¿Papá?

—Sí... creo que eso soy —dijo un poco conmocionado, se puso en pie y tomó la mano de la niña.

—¿Puedo decirte papá? ¿No más Retter?

—Puedes decirme como prefieras.

—Papá —sonrió feliz—. ¡Papá!

Publio sintió que algo dentro de él se removía, aunque no sabía identificar el sentimiento, la niña lo comenzó a llamar de esa forma, supuso que en algún momento se acostumbraría, aunque no en ese, puesto que Ayla seguía burlándose de él cada vez que Brina se lo decía, ya que él no podía evitar una mueca de desconcierto, y es que la pequeña lo expresaba como si se tratara de un encantamiento.

Brina y Ayla desaparecieron casi en seguida de que llegaron a la casa, dejando a Publio en soledad en su despacho, desde hacía mucho que no tenía un momento de paz; normalmente la niña lo buscaba y se la pasaba pegada a él irremediablemente, ella gritaba y se emocionaba cada vez que lo veía, incluso había ocasiones en las que la veía esperándolo pegada a la ventana de la calle, con la nariz y la boca pegadas al vidrio irremisiblemente sucio.

Sonrió y miró los papeles en los que Brina se convertía en una Hamilton, una más de su familia.

—Pareces feliz hermanito.

—Terry, ¿qué haces aquí?

—Vengo a darte mis condolencias porque tendrás que ir a la velada de esta noche.

El corazón de Publio HamiltonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora