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HOLA HOLA BELLAS, ¿LES ESTÁ GUSTANDO ESTA HISTORIA?

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LAS AMO A TODAS Y GRACIAS POR LEER Y DEJAR SUS ESTRELLITAS.

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La gente de Londres estaba impresionada por la noticia de que el abstraído y casi ermitaño Publio Hamilton tuviera una pequeña hija aparecida de la nada, hacía más de tres meses de aquella noticia oficial, pero el impacto seguía estando presente.

Nadie diría que la niña no era preciosa y, quién la conociera diría sin duda alguna que era extraordinaria y sumamente inteligente para alguien de su edad.

Aunque no era común verla pasear en conjunto con su padre, lo cual ansiaba todo Londres; la señorita Ayla parecía ser designada a entretenerla y ambas damas parecían llevarse de maravilla, lo cual creaba otra especulación.

Desde hacía mucho que se sabía que la señorita Ayla, una joven sin cuna, dinero o siquiera familia, vivía en la mansión del mayor de los hombres Hamilton, muchos decían que era su amante designada, otros, que simplemente era una empleada, pero al verla con Brina, algunos decían que era su esposa.

Ayla no podría estar más contenta con esa suposición, desde el momento en el que Publio Hamilton la había salvado de su cruel vida, no había podido hacer otra cosa más que amarlo y adorarlo. Estaba por demás decir que era unos años más joven que él y le fue fácil caer en sus redes, pero aquel hombre apenas notaba su presencia, eran amigos y jamás había sobrepasado esa línea.

Ayla tenía la esperanza de que, cuando él notara que se llevaba tan bien con la niña, Publio al fin sentiría algo más que el cariño que se le tiene a una chica a la que rescató, que la vería más que como a una amiga, deseaba que al fin la viera como mujer. Era una hermosa mujer al final de cuentas.

—Ayla, ¿tú y papá son novios?

—¿Qué? —dijo nerviosa—. Claro que no.

—Pero si pasan todo el tiempo juntos —dijo la niña, tomada de su mano mientras caminaban por el parque—. Papá te compra ropa y cosas, como a mí. También estás en la casa y él te cuenta cosas.

—Somos amigos, Brina, hemos sido amigos por mucho, mucho tiempo —sonrió.

—Mmm... pero papá no les compra cosas a otras personas, sólo a mí y a ti.

—Sí, pero... pero es porque piensa que debe cuidarnos.

—¿Por qué debe cuidarte a ti? ¿Eres su hija también?

—No, no soy su hija.

—Yo tampoco lo soy.

—Pero él te ha adoptado, Brina, hasta tienes el apellido de los Hamilton, el apellido de tu padre.

—¿Tú no lo tienes?

—No, yo soy Arnolds, Ayla Arnolds.

—Oh... entonces sí eres la novia de papá.

—¡No! —dejó salir una risita y miró a la niña—. ¿Te gustaría que fuera novia de tu papá?

—Mmm... me caes bien, eres buena y me tratas bien —la miró—, pero creo que a papá no le gustas tanto.

La joven no pudo evitar sentirse herida, pero de todas formas rio ante la sinceridad de la niña.

—¿Tú crees?

—Bueno, es que es obvio que a Ayla le gusta papi, pero no creo que papi guste de Ayla —los ojos azules de Brina se distrajeron y sonrieron—. ¡Quiero un helado!

El corazón de Publio HamiltonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora