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LAS AMO A TODAS Y GRACIAS POR LEER Y DEJAR SUS ESTRELLITAS.

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Publio subió a su recámara pasadas las doce de la noche, había mandado a Brina a dormir en compañía de Ayla hacía más de cuatro horas, lo aliviaba pensar que Brina comenzaba a aceptar la presencia de Ayla en la casa tras unas cuantas semanas.

Se había mostrado sumamente celosa desde el día en el que la hizo oficialmente su hija, seguía repitiendo una y otra vez que Ayla deseaba robarlo de ella, era inexplicable el raciocinio que esa niña tenía, pero tanto Ayla como él se la pasaban haciéndole entender que eso no sucedería y que se quedaría por siempre junto a Publio.

Definitivamente era una niña extraordinaria que lo llenaba de sonrisas que no sabía que tenía. Normalmente era un hombre serio, nada lograba hacerlo reír, pero Brina era la excepción a la regla y cuidarla no parecía ser tan difícil como todos gozaron en recalcarle.

Publio quitó sus ropas y colocó un pantalón de dormir, se encontraba agotado después de todo un día de trabajo. Pero no pudo evitar que, en cuanto terminara de apagar las luces, la puerta de su recámara se abriera lentamente y diera paso a un pequeño ser que, con bastante trabajo, trepaba a la cama.

—Brina, ¿de nuevo? —encendió la luz.

—Papi, ¿puedo dormir aquí?

Los ojos azules de la niña eran como dos canicas enormes con la súplica impresa en ellas. Para Brina era casi imposible dormir de sola, mucho menos de noche.

—Si siempre duermes aquí, Brina, jamás te acostumbrarás a dormir en tu recámara.

—¿Puedo? —suplicó.

Publio suspiró y la ayudó a meterse debajo de las cobijas y aferrarse a él como si de su oso de peluche se tratase, el cual, por cierto, también traía consigo. El hombre abrazó el pequeño cuerpo de Brina y se sintió extraño, no sabía desde cuando él también había comenzado a pensar en esa niña como suya, pero le agradaba, Brina le agradaba.

—Papi...

—¿Qué pasa? —dijo un tanto cansado.

—¿Me quieres? ¿En verdad me quedaré?

—Sí, te quedarás.

—Pero no me quieres...

—Brina, es noche, a dormir.

—¿Me quieres o no?

—Sí, Brina, te quiero, ahora a dormir.

La niña sonrió y se acostó muy cerca de su padre, sintiéndose protegida y querida por primera vez en su vida, se sentía afortunada y muy feliz, no podía creer que ese hombre la fuera a tener para siempre a su lado, había decidido tenerla para siempre a su lado.

Publio amaneció sintiendo los brazos de Brina alrededor de él, la cabellera rubia de la pequeña se esparcía libremente por la almohada y sus manitas se aferraban a la ropa de dormir de su padre; Publio sonrió y la dejó suavemente sobre la cama para no despertarla. Para cuando terminaba de arreglarse, la puerta de la recámara se abrió y dio paso a Ayla, quién estaba acostumbrada a entrar sin tocar.

—Así que vino a caer aquí de nuevo —susurró.

—Sí, digamos que no lo puede evitar de momento —sonrió, acomodando su corbata—. Creo que piensa que despertará en otro lugar de un momento a otro.

El corazón de Publio HamiltonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora