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Una agradable mañana en un pequeño pueblo había un intenso movimiento centrado en engalanar la plaza central, iluminando y decorando para la ocasión, un baile.
Por la noche la amplia explanada se encontraba inundada con diversos grupos de personas en sus mejores atuendos finalizando con algunas mascaras, accesorio innecesario pues todos se conocían; un amplio espacio al centro donde algunas parejas danzaban en un suave compas, aun con bullicio de conversaciones, la melodía conjunta de diversos instrumentos al mismo son; la mujer de cabello cano y expresión imperturbable que se miraba de mal humor, llamo la atención de gran parte de los asistentes al evento que se llevaba a cabo en aquel sitio. Y no por ella, sino por la bella joven que se encontraba a su lado siendo tomada por el brazo.

Francisca Imelda Shelley, la chica que comúnmente no se le veía "arreglada" a pesar de su posición acomodada, quien aun siendo invitada a todos los eventos nunca asistía, cuyo semblante era casi desconocido pues casi siempre se encontraba tras un grueso libro; se encontraba ahí adornada con hermosas telas de intensos tonos azules, conjunto a brillantes piedras azules y blancas que resaltaban como su fina figura se movía con soltura y delicadez; el largo cabello castaño recogido en un moño que se sujetaba con algunos prendedores de flores blancas que al centro portaban pequeñas perlas blancas que brillaban con la luz, dejando algunos suaves risos libres sobre el cuello y espalda, resaltando la vista de la tersa piel morena del cuello y cuyo rostro estaba oculto bajo un antifaz que resaltaba sus enormes, brillantes y profundos ojos que asimilaban a dos espejos de obsidiana que reflejaban un atardecer.
Grande fue el impacto para gran parte de los muchacho pues solían considerarla como una chica sin gracia y sin ningún tipo de atributo fuera de la riqueza familiar; lo que llevo a que rápidamente se ubicarán a su alrededor.

María Imelda permitió que la joven se separara un poco quedando cerca de un pilar, sin embargo estaba atenta a sus movimientos, aun estando conversando con algunas señoras que acompañaban a sus hijas e incluso nietas, como lo dictaban las costumbres. Aún siendo claro semblante de inconformidad, incomodidad y desinterés de la joven, muchos de los varones asistentes la inundaban con "atenciones" entre las que se encontraban: las múltiples invitaciones a bailar o como por mínimo a que les permitiera acompañarla durante su estadía, sin embargo todos fueron despachados tan pronto como terminaban la frase, lo que incluso provocaba molestia y envidia en algunas jovencitas. Esto llevo al inicio de conversaciones que giraban al rededor de la doncella y no positivamente pues se le etiquetaba como una antipática, creída, ególatra, grosera, altanera, presumida y demás...

La joven no le tomo importancia e internamente contaba los segundos que faltaban para que cumpliera con el tiempo estipulado por su padre y abuela para que pudiera volver a casa y continuar sus historias. No era que le disgustara asistir a fiestas y bailes, podría decirse que era algo que incluso disfrutaba si llevaba su cómodo y sencillo vestido y sobre todo si no era obligada a permanecer y convivir con personas interesadas e hipócritas.

Al ser hija de una persona importante como lo es el dueño de una mina, estaba acostumbrada a permanecer a la defensa; pues muchos la consideraban un premio a los intereses de las diversas familias acaudaladas quienes no perdían oportunidad para acercarse o llamar la atención de la menor de la familia, con el fin de un contrato matrimonial. Y por su lado muchas de las pomposas chicas buscaban un poco de la atención que recibía la joven y más si era posible que ganaran también un poco de estatus por rodear al tesoro de la familia Shelley -Paredes.
Detestaba estar obligadamente rodeada de tantos varones "atentos" y féminas que aun sin sentir sus miradas sobre su persona, parecían soltar veneno. Por un momento la multitud pareció perder el interés en la dueña de ojos de sol, pues se dispersaron, para disgusto de María y para calma de Francisca, quien al verse libre momentáneamente, fijo su mirada a lo que ocurría al rededor del lugar en el cual estaba ocurriendo la velada. Divisaba vendedores, algunos serenos, campesinos que transcurrirán en el fin de un largo día de trabajo, aves, perros e incluso algunos carruajes...lo que traía a su mente más y más historias, en las que se perdió un momento.

Headcanon FrankeldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora