Aquella hora era muy temprana cómo para despertar en un día de vacaciones. Pero, el cuerpo le había comenzado a picar intensamente y continuamente recordaba su beso con James. Tantos pensamientos, tan confusos cruzaban en su cabeza...
Aun así, no se levantaría. No aún. Paris seguía durmiendo plácidamente en la litera de al lado, con sus sábanas por el suelo, la cabeza colgando a unos pocos centímetros de caerse y sus piernas en una rara e incómoda posición, apoyadas en la pared. Y, sorprendentemente, ni siquiera estaba despeinada.
Supuso que así debían estar en toda la casa: durmiendo a más no poder. No obstante, Amelie no podía. No con lo que había pasado. Es decir... ese beso había sido...
No tenía idea de en qué momento había llegado a esto. En qué momento las cosas habían cambiado tan drásticamente. Y por una razón inexplicable se había obligado a repasar toda su vida con James, para poder hallar la respuesta.
De un simple encuentro en el zoológico a... ¿Esto? Por no hablar de las miles de peleas de por medio. De todas las bromas que James le había jugado. De todas las que Amelie le había devuelto. De la primera vez que habían destrozado el salón de pociones hasta la última. De todas y cada una de las veces que lo había encontrado a escondidas con una chica que no era su novia. Compartían tanta historia, tantos secretos...
Pero lo único que Potter quería es que Amelie estuviera con su primo. Con Fred. Con quien por lo único que había pasado era el haberse peleado por una estúpida fotografía.
La fotografía... casi lo había olvidado.
De pronto, recordó la razón verdadera por la que había venido a casa de los Potter. No debería estar besuqueándose con Potter-mayor en los pasillos, sino que debería estar entre los álbumes de fotos, en busca de alguna pelirroja que se pareciera a ella.
Se cambió la remera de James por una suya antes de bajar las escaleras con sumo cuidado, planeando dirigirse a la sala de estar, donde había visto los álbumes en una estantería. Aun podía sentir el olor a chicle de sandía impregnado en sus fosas nasales.
El ruido de una cafetera llamó su atención.
En la cocina, sentada en la punta de la larga mesa, estaba la señora Potter, terminando un artículo de Quidditch para el semanario gracias a la ayuda que le daba su café manteniéndola despierta. Un par de sus mechones pelirrojos se había desarmado del desastroso rodete que se había intentado hacer con palillos chinos y, ahora, se desparramaban sobre su concentrado semblante. Parecía trasnochada.
–Buenos días –murmuro Amelie, cohibida. ¿Y si Harry le había contado lo que había presenciado?
–Oh, Am. ¡Tan temprano! ¿Cómo amaneciste?
Ginny comenzó a mudar su trabajo a uno de los tantos cajones del aparador, preparándose para armar el desayuno de su invitada, a medida que le preguntaba de su estadía. Amelie se preguntaba si realmente la había visto al completo: de pies a cabeza. La mujer parecía tan preocupada por lo que había estado haciendo antes con su trabajo que ni siquiera había repasado la vista sobre su huésped.
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Amelie Moore y la maldición de los Potter
Fiksi PenggemarHasta sus once años, Amelie fue una chica muy normal... o creyó serlo. Por más asombroso que parezca, ella tendrá un don que se creía extinguido. Muy pocas personas saben de su secreto, es tan impresionante que nadie podría ni imaginarlo. Pero par...