El día en que todo cambio

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Amelie había pensado que un día en el zoológico seria grandioso. Pero lo que no había comprendido desde un principio es que con su consentida hermana Gwenog nunca se iban a cumplir sus deseos.

Rodo los ojos por quincuagésima vez en la última hora. La muy idiota de su hermana mayor pedía ir a ver los cisnes una vez más y todavía no habían hecho lo que Amelie quería.

No es que ella fuera una chica callada o tímida, todo lo contrario; era muy extrovertida y graciosa. Pero desde el día en que nació había aprendido a mantenerse en silencio frente a los caprichos de su hermana, porque Gwenog era un gran oponente: si Amelie lloraba o pataleaba para llamar la atención de sus padres, su hermana era capaz de derrumbar un edificio para poder ser escuchada. Por esa única razón se mantenía al margen de expresar lo que deseaba, Amelie detestaba perder y frente a los caprichos de su hermana no hay persona quien obtuviera oportunidad de triunfo.

Mientras Gwenog pataleaba y lloraba sobre el sucio piso del zoológico, Amelie se decía mentalmente que debía guardar paciencia y controlar su ira, ya que siempre que se enojaba, los indebidos deseos que tenía se efectuaban sobre quien la hubiera molestado. Recordó la última vez que algo así había pasado: cuando su prima les regalo una trenza de color rosa a cada una para colgar en el pelo. Gwenog había perdido la suya, por eso le quito a Amelie la que le correspondía. Y mientras trataba de convencer a sus padres que lo que su hermana mayor decía era mentira y que ella no habia robado la trenza, tuvo un fugaz pensamiento en el que imagino a Gwenog sin un solo cabello en su cabeza y sin poder colocarse su accesorio. Al segundo que abrió sus ojos, ahí estaba: su hermana calva.

Por lo que Amelie uso la trenza toda la semana.

Pero eso no fue lo único que paso, también estuvo la vez que su hermana vomito moco frente a sus amigas o la vez que un caracol había volado hasta la cara de Gwenog por haberla insultado.

Curiosamente, todas aquellas cosas ocurrían solo cuando Amelie se enojaba.

-Am, tú eliges el próximo lugar después de los cisnes -le prometió su madre Nieves, mientras Gwenog reafirmaba su compostura alisando su ropa, dejando de llorar lagrimas falsas a través de sus ojos negros y peinando su oscuro pelo rojo…. aquel cabello que Amelie tanto odiaba: porque ella también lo había heredado.

De hecho, toda su familia paterna era pelirroja, ya que, según su padre Lee era la maldición que una vieja bruja malvada le había dado a su tataratataratatara bisabuelo. Aunque cuando creció, entendió que solo era un juego de su padre para hacerlas temblar de miedo.

Lo que no había heredado Amelie eran esos ojos negros. Por más que ella hubiera deseado tener el sedoso pelo rubio de su madre, se había conformado con obtener solo sus ojos verdes esmeraldas. Algo que, alegremente, la diferenciaba del resto de sus primas paternas. Los genes de su madre habían triunfado en aquella ocasión.

Amelie, cansada de observar a los aburridos cisnes, aviso a sus padres que visitaría la casa de los reptiles.

Era un ambiente frio y oscuro, con grandes vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Dentro de ellas había cualquiera cantidad y diversidad de ranas, víboras, serpientes y lagartos.

Amelie Moore y la maldición de los PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora