Perdoname (Ausmex - Rusmex)

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Los suaves pasos se escuchaban por el pasillo del castillo, estos retumbaban al son del tarareo de una canción desconocida.

El enorme lugar siempre fue muy silencioso, por lo que encontrar a alguien no era un gran reto, pues hasta el más débil de los sonidos hacía un gran eco.

Sin embargo, hoy el chico no había podido encontrar a su pareja, aun cuando ya llevaba buscándolo un largo rato. El mexicano ya se comenzaba a cansar de recorrer los pasillos abriendo puertas mientras llamaba al austriaco, sin obtener respuesta. Él quería ir a comer de una buena vez, pues sus tripas ya estaban haciendo mucho ruido, después de todo, no había comido nada desde el día anterior.

Tiene que encontrarlo rápido, no puede ir a comer sin su esposo.

Eso es más literal de lo que le gustaría.

Al irrumpir en un par de habitaciones más buscando sin éxito, México decide que es mejor informar a Maximiliano que su esposo no se encuentra y que es mejor comer ellos solos de una vendita vez.

Lastima que no probará bocado hasta que su querida pareja haga acto de presencia.

Suelta un suspiro lleno de hastío, sigue sin lograr comprender porque chingados no pueden comer sin Austria.

Pero bueno, ellos y sus rarezas.

De camino al comedor, que es donde los emperadores ya se deben encontrar, pasa frente una habitación más, una a la que no le habría puesto atención si no fuera porque de ella salen fuertes gemidos de placer.

México se muerde la lengua para no carcajear, y es que la mujer que hace tales sonidos debe estar con un wey muy bien dotado, parece que hasta las cuerdas bucales se le saldrán de los gritos que da la pobrecita.

O no tan pobrecita.

Él decide seguir con su camino sin perturbar el que tal vez será el mejor sexo de la vida de esa pareja, pero detiene sus pasos al escuchar el nombre del causante de tales sonidos.

Austria.

Un nombre que la mujer no deja de repetir.

El latino no puede reprimir el gruñido de disgusto que nace desde su pecho. Regresa sobre sus pasos y abre la puerta sin miramientos.

La escena frente a él le resulta entre desagradable y graciosa.

La pareja se quedó congelada en el momento en el que escucharon el sonido de alguien entrando en la recamara, pero todo empeoró aún más al ver de quien se trataba.

Era un representante de país, era México.

La pareja pensó lo mismo al verlo.

¿en serio tenía que encontrarnos él, de todos? Aquel que siempre les regala una sonrisa aun cuando su día es una mierda.

Ella temía perder su empleo, o hasta su vida. Él temía perder el poco aprecio que había conseguido del mexicano. México temía que se enfriara la comida.

Cada quien tenía sus propias preocupaciones.

–yo pasando hambre y tú a toda madre– dice el latino con fingida indignación– arréglate y baja rápido, los emperadores ya nos han esperado un ratote. Para la próxima no se escondan tanto, me costó encontrarlos.

Antes de cerrar la puerta, México puede ver la herramienta de su esposo cuando este se levanta a toda prisa. 

Ella es una exagerada, pensó.

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