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4 años de edad

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4 años de edad

Una joven mujer hacía algo de avena cocida en la estufa, ella era muy hermosa, sin embargo, se veía... destruída.

Bolsas bajo sus ojos, ropa andrajosa y su expresión era desolada y hasta algo trágica. Su apariencia delataba su agotamiento fisico y mental.

Un pequeño niño se adhería a la falda de su vestido, sus ojos verdes eran adornados por largas pestañas, sus parpados caídos le daban un aire triste a su mirada, sin embargo, tenían sus pupilas un hermoso brillo al ver a esa mujer.

Como si fuese su todo.

—Siéntate— ante la tosca orden, el niño corrió a sentarse en una de las unicas dos sillas en esa pequeña mesa plástica.

Ella le sirvió en el plato y él observó detenidamente la comida pálida y humeante.

—¿Avena otra vez?— preguntó algo irritado. Como cualquier niño de 4 años, hacía algúna que otra queja respecto a la comida. Mas la mujer lo miró mal.

—Si no quieres, no comas. Pero serás un niño malo, Liam.

El pequeño pareció aterrorizarse con aquella frase.

—No no, me la comeré. Soy un buen niño.

La mujer acarició la cabeza de infante, revolviendo su cabello castaño.

—Pórtate bien, Liam. A mamá no le gustan los niños malos.

El asintió con los ojos llorosos mientras comía.

7 años de edad

—Como es que un niño se puede parecer tanto a un adulto— La boca de la hermosa mujer apestaba a alcohol. Sus largos dedos femeninos tomaban el rostro de su hijo con algo de rudeza.

Los verdosos ojos del niño ya no tenian la misma mirada brillante de antes, se veían un poco más apagados y serios, pero igual estaban llenos de amor por esa mujer tirada en el suelo, rodeada de botellas.

—¿De quién hablas, mamá?

Ella rompió a llorar. Su expresión era una combinación entre ira, tristeza y amargura. Cuando bebía, sus cambios de humor solían ser asi de bruscos.

—Del maldito que me arruinó... lo perdí todo por su culpa. Y tu... tu eres la prueba de ello.

—Mamá, no llores.

El pequeño odiaba ver a su mamá asi, tan miserable, se le rompía el corazón al verla. El sabía que todas las noches ella se aguantaba los gritos y las ganas de llorar. Que ella tenía pesadillas y que eso no la dejaba dormir bien. Y que encontraba consuelo en el alcohol.

A decir verdad, no lo entendía, pero sabía que asi era.

—Mamá, está bien— el acercó su mano para acariciar su cabeza pero ella apartó su mano bruscamente.

Gritos SilenciososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora