FINGIR

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CHASE





— ¿Q - qué es lo que estás diciendo? —Sabía, estaba completamente seguro de que cuando supiera que la amaba habría algo de desconcierto en su reacción, pero nunca me imaginé a qué grado.

Sus ojitos estaban muy abiertos, a la vez que una enorme cantidad de lágrimas se les fueron acumulando y las cuales, no derramó hasta que repetí la oración con tal vehemencia que cerró los párpados liberando el torrente.

Como pudo y en medio de la estupefacción, dio unos cuantos pasos hasta alcanzar a tientas el borde de la cama, dejándose caer sobre el colchón sin despegar la vista del suelo.

Se había quedado sin palabras, igual que yo la tarde en que me hizo la misma confesión.

— También se me fue de las manos, pelirroja —le dije, al ir y acuclillarme frente a ella queriendo llamar su atención, evidentemente dispersa. Le tomé sus manos frías entre las mías, le besé las palmas una por una y proseguí —. No sé cómo, ni cuándo, solamente puedo decirte que la noche que por poco cometo la mayor estupidez de mi vida con Faith, lo sospeché aunque tuve mis reservas; sin embargo, no dudaba de que habías tenido que ver con no haber sido capaz de tomarla y hacerte a un lado. Luego, al enterarme de lo de tu tobillo... —hice una pausa rememorando la zozobra experimentada y negué frenando con la concepción aquella, porque evocarla no me produjo sentimientos agradables — Sofía me lo advirtió y creí que estaba loca, que estaba alucinando, cuando la realidad era que estaba totalmente en lo cierto.

» ¿La presentación en Helena? —cuestioné con sus iris acuosos, ahora sí sobre los míos. Asintió —Esas cosas siempre han sido un verdadero martirio para mí, pero esa en particular, lo fue porque tú no estabas ahí.

Pasó saliva y más lágrimas se derramaron sobre sus mejillas.

—Lo único que anhelaba era volver y estar contigo. Debías saber lo de Faith, no tenía caso ocultártelo y cuando te lo conté, pude ver en ti señales que me alentaban a no seguir callando lo que me inspiras aunque no estuviese del todo seguro de lo que era; no obstante, exponer que te quería mía y que tú ratificaras que solo hasta la fiesta de compromiso, me arrancó los bríos y preferí disfrutar de lo que teníamos durara lo que durara. Pretendí convencerme de que lo mismo me apetecía y entonces, la concepción me tuvo enfermo, hasta que... ¡Dios!

Sus manitas pequeñas se deshicieron de mi yugo, colocándose sobre mis mejillas e interrumpiéndome sin más: —Hasta que el dolor de amarte creyéndome no correspondida, me sobrepasó. Hasta que no pude más y te lo dije sin reservas —musitó, con la voz entrecortada y cansada de cargar con todo lo que se había guardado, como lo hice yo —, dando por hecho que al conocerlo, tu fascinación se apagaría como fosforo al soplido impetuoso del viento. Tenía tanto miedo...

—Pero no lo hizo, mi vida —le aseguré, reincorporándome y atrayéndola conmigo —. Al contrario, me diste esperanzas y me hiciste el hombre más feliz de la puta tierra.

Resopló en mitad de una risa ahogada, llorando con mayor entusiasmo pero ahora dándole la vuelta a la tristeza.

—Te amo, Audrey, como nunca pensé volver a amar —Hice una pausa reflexiva negando y riñéndome, esforzándome por enmendar el error expuesto. No había punto de comparación —. ¿Pero qué mierdas estoy diciendo? Mucho más de lo que alguna vez amé —enuncié esperando que ella replicara de la misma forma, pero a cambio recibí el beso más urgente que jamás nadie me ofreciera.

No hicieron falta palabras, las acciones bastaron para darme certidumbre.

Correspondí rodeándola con mis brazos, pegándola a mi cuerpo y bebiéndome su aliento. Nos amábamos y ya que ambos lo sabíamos, ¿qué impedía que lo hiciésemos a libre albedrío?

"El poder de la pasión" (E. I. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora