Desperté entrado el mediodía, después de varias horas de sueño reconfortante. Recordaba claramente los sucesos: el oso, los besos de Chase, pero sobre todo el rechazo de Shaun. Jamás me había hecho sentir tan humillada y comenzaba a cuestionarme respecto a nuestra relación y si de verdad estábamos yendo por el camino correcto, pensando en unir nuestras vidas en matrimonio.
Para siempre en esas circunstancias, donde pasionalmente éramos un fiasco, me parecía demasiado tiempo.
La visita al rancho Messer había empeorado una situación que en Nueva York no me resultaba tan difícil de sobrellevar; sin embargo, culpaba al hijo mayor de Lucas por el revoltijo hormonal que se llevaba a cabo dentro de mi sistema. Acabábamos de llegar y ya quería salir corriendo.
Me asomé por la ventana con los ojos adormilados, nada más dejar la cama. Afuera continuaba nevando, gruesos copos de nieve caían a la superficie repleta de la blanquecina y gruesa alfombra gélida, que horas antes no existía.
Suspiré ante el panorama y di media vuelta despojándome de las prendas que me cubrían, una por una. Me advertía triste, melancólica y el clima no me ayudaba, mucho menos el estar prácticamente sola en un sitio donde no contaba con amigos a los cuales acudir a llorar mis penas.
En otras circunstancias habría salido corriendo hasta la recámara de Eiza, que seguramente como en cualquier otro fin de semana a mitad del día continuaría dormida, cubierta de pies a cabeza con su grueso edredón rosa pastel y abrazada al unicornio que su amado novio, le regalara para navidad. Hubiese entrado sin siquiera llamar, me hubiese escabullido a su lado en medio de sus quejas de protesta y le hubiese contado todo sin guardarme nada. Probablemente habría llorado unos minutos, ella me habría consolado con palabras de aliento sin molestarse por abrir los párpados y asegurándome que solo se trataba de una racha que duraría poco. Yo me lo habría creído y recapitularía, haciéndome a la idea de que vendrían tiempos mejores, tal como lo hacía siempre. No obstante, a falta de mi mejor amiga, una ducha tibia sonaba razonablemente relajante, así que me encaminé al cuarto de baño al fondo de la habitación.
Me senté a la orilla de la tina de porcelana, abrí el grifo y vertí en el agua unas cuantas gotas de jabón con aceite esencial de rosas. Contemplé cómo, conforme el nivel del agua ascendía, se iba cubría con una capa de burbujas desprendiendo el aroma que apenas entrar en mis fosas nasales, demolió esa pesada roca imaginaria que apreciaba encima de mis hombros, minimizándome el espíritu y la autoestima.
No me consideraba una mujer fatal, ni tampoco la octava maravilla del mundo, pero estaba segura de mis encantos y de la atracción que ejercía sobre mi prometido. Entonces, ¿por qué me rechazaba? ¿Por qué se rehusaba a que tuviésemos intimidad?
Me sentía confundida. Mas preferí, con todo y la rabia que aún me embargaba, convencerme de que realmente Shaun tenía razón y no era un buen momento para eso. Mucho menos en la casa de su padre.
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"El poder de la pasión" (E. I. 1)
Romance"Se habla sin cesar contra las pasiones. Se les considera la fuente de todo mal humano, pero se olvida que también lo son de todo placer". Desde que tuvo uso de razón, Audrey Nollan tuvo un lema: "Seguridad es igual a felicidad", lema que se afianzó...