"EL RANCHO MESSER"

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—Estoy nerviosa —Le dije a Shaun, percatándome del instante en el que sus labios tiraron en sentidos contrarios, haciéndole elevar las comisuras

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—Estoy nerviosa —Le dije a Shaun, percatándome del instante en el que sus labios tiraron en sentidos contrarios, haciéndole elevar las comisuras.

—No tienes por qué estarlo —replicó, tomando mi mano derecha entre las suyas para plantar un suave, casto y tierno beso en la piel de mi palma. En seguida la colocó sobre su regazo, sin soltarla —. Ya verás que les encantarás. Mi padre y mis hermanos pueden ser muy civilizados cuando se lo proponen.

También sonreí regresándole el gesto y después, volví mi vista hacia el cristal que nos separaba del exterior, observando el paisaje a nuestro alrededor.

Un auto enviado desde el Rancho Messer, era el vehículo que nos transportaba del aeropuerto de Great Falls hasta el sitio exacto donde la casa de su niñez nos esperaba, en algún lugar rodeado por las "Montañas Rocosas".

Suspiré ante sus palabras dedicándome a contar los arbustos y los árboles de la pradera, en busca del temple que en esos momentos me estaba faltando. Eran enormes y pese a su gran tamaño, el viento del invierno no les concedía tregua haciendo que las ramas más altas del follaje, se balancearan creando la ilusión de una coreografía de baile a ritmo del viejo country —"Cuando el diablo bajó a Giorgia"— sonando en el autoestéreo, en una versión remasterizada.

En verdad quería creer que les agradaría; sin embargo, no estaba tan segura de eso, mucho menos siendo la primera vez que me plantaría frente a los que pronto serían mi familia política y de quienes sabía tanto, o menos que ellos de mí. Shaun no hablaba mucho de su vida en Montana, o al menos no lo hacía de su hermana y de su padre. No obstante, su hermano mayor sí que era tema de conversación.

El tan afamado Chase Messer parecía ser un personaje importante para mi prometido. Se refería a él como si de Superman se tratara. Una especie de Clark Kent de la época moderna al que le fascinaba montar a caballo, arrear ganado y beber cerveza todos los fines de semana en el bar más cercano sin necesidad de usar mallas, calzoncillos o capa.

¿Su kriptonita?

Fácil: las mujeres hermosas y los equinos.

Sin conocerlo, me había formado de él una imagen algo negativa. Lo imaginaba como un sujeto pagado de sí, de esos que se sienten la octava maravilla del mundo. De esos que piensan que el universo gira a su alrededor y que sin ellos, la humanidad no sobreviviría demasiado tiempo. Shaun se había encargado inconscientemente de crearme una opinión no muy certera del primogénito de la familia, pero necesitaba olvidarme un poco de las invenciones de mi mente si quería caerle bien a ese personaje tan querido e indispensable en su existencia.

"El poder de la pasión" (E. I. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora