CONSUMADO

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Hacerla de pilmama no era lo mío, mucho menos cuando ardía en deseos de terminar lo que la pelirroja y yo habíamos comenzado en el armario del Country Line. Todavía era capaz de sentir la tibieza de sus labios sobre mí y su respiración acelerada chocando contra mi abdomen, sensaciones que me llenaban de humo la cabeza mientras me encargaba de sacar a los cuatro durmiendo la mona dentro de las camionetas.

En primer lugar llevamos cargando en brazos a Esther y a Aria directamente a sus aposentos, donde a Irwin le pegó un ataque de hilaridad cuando la segunda recuperó la lucidez por unos pocos minutos y me llamó Shaun, pidiéndome en un balbuceo que la besara como cuando eran adolescentes.

Esquivé el ataque de la morena justo al agacharme para colocarla sobre el lado derecho de la cama a un costado de mi hermana, que ya estaba acurrucada contra su almohada.

No entendía el porqué de tanto drama con mi hermano y con esa chica, ni tampoco esas ansias de hacer al idiota si ambos sentían lo mismo por el otro; sin embargo, ninguna duda me quedaba de que ella era la mujer por la que tanto sufría. Contaba con la "A" al pie de la vieja nota que él atesoraba, para corroborármelo.

Meneé la cabeza en negativa al incorporarme y atisbé con el ceño fruncido, al hombre que me acompañaba en mi tarea como nana.

— ¿Ya terminaste? — Le cuestioné con tono autoritario, pero a un volumen modulado. Lo que menos quería era que Esther despertara y me obligara a quedarme en su recámara a cuidarla como siempre que se le pasaban los tragos.

Y no es que haya sido muy seguido, precisamente por esa razón era tan mala copa; porque no estaba acostumbrada a beber como esa noche.

Me crucé de brazos aguardando una respuesta, pero lo único que conseguí fue un par de suspiros pesados por la falta de aire y que me mostrara las palmas, en señal de disculpa.

—Ya. Lo siento, Chase...

—Ya. Lo siento, Chase... —lo imité con tono chillón y el resultado fue de mal en peor — Tamaño cabrón. Andando.

Salimos de ahí sigilosamente cerrando la puerta detrás; no obstante, al hallarme en el pasillo mis ojos fueron a dar en automático hasta el portillo de la habitación que Audrey ocupaba. Me quedé mirando por si algún vestigio de luminosidad se colaba por alguna rendija y resoplé desencantado, al no encontrar nada más que penumbras.

"¿Pero qué esperabas que hiciera cuando tú mismo le pediste que entrara a la casa?" "Idiota". Pensé tragando saliva con dureza, ante la frustración tan repetitiva con la que estaba destinado a acabar mi día.

"El poder de la pasión" (E. I. 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora