Capítulo 4

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Cuatro días.

Cuatro días han pasado desde que murió y le enterraron.

El funeral fue al tercer día del fallecimiento, se celebró en una pequeña iglesia del pueblo y la verdad que fue todo demasiado lúgubre, triste, eso de poner el cadáver de Adri a la vista de todos me pareció demasiado macabro, uno nunca espera ver a su amigo en un ataúd.

Todo el mundo fue vestido de negro, destacábamos en la blanca nieve; fue su familia, (cercana y lejana) amigos, la gente con la que trapicheaba, gente del instituto (que no tenía ni idea que existía) y nosotras, ambas en el primer banco.

Aún estoy muy débil como para moverme, llevo desde el funeral metida en la cama, ahora no pienso en nada, tengo la mente en blanco, "muerto por sobredosis" me dijeron, no, él dejó de drogarse, ahora solo trapicheaba, o mejor dicho, antes.

(Suena el timbre de la puerta)

- ¡Mamá, abre tú! ¿mamá? Mierda se fue a comprar.

A duras penas salgo de la cama, soy consciente de que hace tres días que no me ducho y que ni me lavo los dientes, doy asco.

Bajo las escaleras de la planta de arriba, llego a la puerta de madera, agarro el pomo y abro de golpe. Oh vaya debí ducharme.

- Hola, perdone que la moleste señorita, veníamos mi compañero y yo a hacer unas preguntas sobre Adrian Rigo, ¿es usted Ángela Sánchez?

El que habla es un hombre de unos treinta y muchos años, bastante fuerte, atractivo diría yo, su compañero tendrá veintisiete años, alto, rubio con el pelo en la cara, se nota que va al gimnasio, ambos me miran serios de arriba abajo, ambos me devoran con la mirada. Me quedo pensativa unos instantes, siento frio en las piernas, emm... duermo sin pantalones, llevo el pijama, mierda, la camiseta no me cubre del todo y deja a la vista gran parte de mis muslos.

- Emm, si soy yo, pasen por favor, esperen en el salón.

Subo corriendo las escaleras agarrándome la camiseta para que no se vea tampoco el culo, soy consciente de que el joven se ha reído y que el mayor le ha mirado con mirada asesina para que dejara de reírse.

Abro la puerta blanca de mi habitación, me quedo quieta, no me he dado cuenta hasta ahora que he estado durmiendo en una pocilga; la habitación huele horrible por no haber abierto la ventana para que se ventilase, ¡anda si yo huelo igual!, donde se metió mi madre para decirme que me diese un baño, dios mío.

Me abro paso hasta llegar al armario, de él saco unos jeans ajustados, me quito la camisa, vale lo que faltara, no llevaba sujetador y... bueno, había una prueba clara en mí de que hacía frío, me pongo un sujetador que veo tirado en el suelo y me pongo una sudadera gris, me meto un chicle en la boca por lo del aliento y el pelo pues ahora mismo no tiene arreglo.

El joven está sentado en el sofá, al parecer concentrado en ganar una partida de algún juego de su móvil, el mayor está mirando las fotos que hay en la repisa de la chimenea.

- Ya estoy, ¿En qué puedo ayudarles?

Me siento en el sofá de enfrente de donde está sentado el joven, nos separa una pequeña mesa con figuras de porcelana de mi madre.

-Si, verá, queríamos hacer unas preguntas sobre su amigo Adrián, si no la importa, mi compañero Nico apuntará sus respuestas, yo la preguntaré.

Dijo el mayor de ambos.

-Bueno, empecemos. ¿Mantenía alguna relación con el fallecido?

- Eh... relación de amigos solo.

- ¿Segura?

Otra vez la mente en blanco, Adrián y yo éramos amigos sí, pero algún beso calló, aun así eso no es relevante, es un secreto, el único que me queda con él.

-Sí, muy segura.

-Vale, ¿y su amiga Ema?

- ¡Oh no, por dios!, imposible.

-Mire señorita, el otro día hablamos con su amiga y respondió igual que usted y me estoy cansando de tanta tontería, es evidente que ambas tenían algo, se enteraron y lo mataron, todo cuadra.

El mayor se dio cuenta de su error, no debió decir eso, se equivocaba en un sentido, mi cara reflejaba terror y sorpresa, nunca imagine que Ema...

- Espere un momento, ¿asesinato?, ¿no fue por sobredosis?

- Señorita, es mejor que nos vayamos, es evidente que no está en circunstancias, la dejo mi tarjeta.

Deja la tarjeta con delicadeza en la mesilla de madera, él y su compañero salen de mi casa, me acerco con cuidado al trozo de papel que ha dejado en la mesa, como si fuera a hacerme daño. Su número y su nombre. Carlos.

Estaré ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora