El de cuando se conocen

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Inviable. Eso había dicho su amiga Marina cuando Luisita le contó la propuesta que le había hecho su jefe. Inviable, se repetía ahora cada dos segundos, cuando mirase donde mirase había una multitud de personas apelotonadas. Parecía que no había ni un metro de calle libre en aquella ciudad del demonio y empezaba a agobiarse con tanta gente. Lo normal sería darse la vuelta y volver a su casa, pero no podía obviar que llevaba detrás a un grupo de diez extranjeros dispuestos a conocer Sevilla y su Semana Santa.

Resopló.

Es que quién la mandaba a ella a darle el visto bueno a la ida de olla de su jefe. ¿Quién? Marina ya se lo había dicho. Marina, que era de Sevilla, que se había criado entre capirotes y costales y que huía de la Semana Santa como alma que lleva el diablo la había puesto en antecedentes. Y Luisita le había transmitido a su jefe los inconvenientes de aquella idea, que se podían resumir en gente por todos lados, retrasos de cofradías y cortes de calles. Si todo eso se daba, podía ser que el tour que preparaban para conocer Sevilla y empaparse de Semana Santa quedase reducido a una auténtica mierda, como estaba pasando ahora mismo. Pero ¿ella qué sabía? Si ni siquiera era de Sevilla o algo así le había dado a entender su jefe cuando intentó hacérselo ver por enésima vez.

Y ahora allí estaba, atrapada en una bulla avanzando una media de un metro por minuto, sin apenas poder respirar y al borde de un ataque de nervios. Inspiró y expiró en un intento de calmarse porque a veces sentía que no tocaba el suelo con los pies y eso no le ayudaba a relajarse, pero al ver las caras de descomposición del grupo que la acompañaba supo que no era la única a la que le pasaba. Sonrió para transmitirles tranquilidad, aunque le estaba resultando casi imposible.

Con lo bien que estaría yo ahora en Madrid...

Sacudió la cabeza, intentando hacer desaparecer esos pensamientos que no le venían nada bien en el estado de estrés en el que se encontraba. No era el momento de plantearse que estaba haciendo en aquella ciudad.

Había llegado a Sevilla un par de años atrás buscando un cambio de aires. Trabajaba como guía turística en una empresa bastante conocida de Madrid, donde era una de las empleadas estrella, al menos las críticas en la web y las propinas que recibía así lo acreditaban. Luisita estaba encantada con su trabajo porque le fascinaba perderse por las ciudades, conocer sus monumentos y rincones emblemáticos, mientras se impregnaba de su historia y montaba en su cabeza el paseo perfecto. Servía para eso, lo notaba. Se metía a los clientes en el bolsillo y aunque parecía que siempre era lo mismo, que se trataba de repetir el tour una y otra vez, memorizando y soltando todo lo que sabía, Luisita lo hacía diferente. Añadía pequeños detalles del boca a boca y leyendas populares que mostraban la parte oculta de la ciudad y terminaba haciendo las delicias de sus oyentes. Esa era su baza. Y ese había sido el motivo de su marcha.

Su empresa abría nueva sede en Sevilla y necesitaban a alguien de su plena confianza para despegar. En un principio se había negado. No estaba preparada para alejarse de todo lo que conocía, de su familia y sus amigos, aunque algunos acontecimientos que no esperaba hicieron que se replanteara su decisión y terminara aceptando.

Le había supuesto un reto llegar a una ciudad nueva y desenvolverse por ella con una ruta turística como si fuera autóctona, pero lo había terminado haciendo. Sevilla tenía demasiadas historias populares, nunca sabía hasta donde contar porque el paseo podía alargase más de lo previsto si se encontraba con unos clientes curiosos, pero poco a poco lo había ido limando hasta convertir sus tours en uno de los más reconocidos de la ciudad.

A nivel personal, el reto había sido aún mayor. Había echado mucho de menos a los suyos, pero le había venido bastante bien la independencia. Dos años atrás había necesitado demostrarse que podía vivir sin estar bajo las faldas de su familia y ahora se sentía muy orgullosa de todo lo que había conseguido. De su trabajo, sus nuevos amigos, su rutina... Cuando los Gómez le preguntaban cuando volvería a Madrid, solía salir por la tangente. No tenía fecha prevista de vuelta y no quería darle falsas esperanzas, se sentía muy a gusto allí. Su abuelo Pelayo contestaba por ella "Quien en Sevilla vivió y de Sevilla se ausentó, siempre con pena la recordó" y no podía estar más de acuerdo. Echaba de menos Madrid porque era su ciudad, donde estaba su familia y tenía sus amigos, pero a Sevilla no le ataba nada y, sin embargo, no podía pensar en todas las cosas que echaría de menos cuando se fuera de allí.

Siete díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora