Tras la sorpresa que había supuesto el encuentro con Susana, todo volvió a la normalidad. Amelia se centró en Luisita, que apenas le aguantaba la mirada, avergonzada por su incontinencia verbal y en Marina, que hablaba ajena al cruce de miradas de sus compañeras de mesa.
— Por cierto, me ha dicho Miguel que luego van a la Holiday. ¿Os venís? — propuso Marina.
—¿Qué es la Holiday? — quiso saber Amelia.
—Una discoteca. Se está bien y hay ambiente. De todo tipo — explicó guiñándole el ojo con un tono sugerente.
—Yo me voy a ir casa, que estoy cansada — respondió Luisita, seria.
Estaba un poco harta de las indirectas de su amiga. Además, lo último que necesitaba era ver a Marina en acción mientras el alcohol subía, por mucho que le gustara el plan. Le hubiera gustado aceptar e ir de discoteca con Amelia, poder bailar con ella, tener la excusa para acercarse a su oído para decirle cualquier cosa sin morirse de vergüenza, pero, en el fondo, Luisita dudaba de ser capaz de hacerlo. Si se había ido de la lengua un poco y ni siquiera podía sostenerle la mirada a Amelia...
—Venga ya, rubia, si hoy no has trabajado — intentó convencer Marina.
—Será que acumulo cansancio.
Marina le lanzó una mirada incrédula y se volvió hacía Amelia, interrogándola con la mirada.
—Yo también me voy a ir — contestó la morena.
—Puedes irte con Marina, si quieres — dijo Luisita.
Tenía que ofrecérselo, a pesar de que no le gustara la idea de que se quedara con su amiga, debía reconocer que Amelia no era su propiedad. Aunque se sorprendió al pensar que no le importaría que lo fuese.
—No, tranquila — respondió con sorna Amelia, lo cual no pasó desapercibido para la rubia.
Si estaba siendo muy obvia, empezaba a no importarle.
Se despidieron de Marina y caminaron juntas hacia su piso, que estaba bastante cerca de donde se encontraban. El problema para Luisita era que un par de calles no le parecía tiempo suficiente que pasar con Amelia, así que le propuso otro plan.
—¿Te apetecería que te enseñase un sitio de los más extraño?
—¿No estabas cansada? — preguntó Amelia suspicaz.
—No tanto... — respondió entre avergonzada y descubierta y la morena soltó una carcajada —¿De qué te ríes? — preguntó sin poder esconder ella también la sonrisa.
—De que me quieres para ti solita.
—Culpable — aceptó, dejándola sin palabras.
Amelia no quería lanzar campanas al vuelo, pero Luisita estaba coqueteando con ella de forma consciente, sabiendo donde podía llevarles eso. O al menos era lo que parecía.
Se pararon a cenar y Amelia no dejó de bromear sobre como habían escapado de las garras de Marina mientras la rubia se reía. Al final, se les hizo bastante tarde y cuando la morena creía que volverían a casa, Luisita la guio hacía otro bar, que resultó ser el sitio de lo más extraño que le había propuesto antes.
En cuanto entró, Amelia se dio cuenta de que Luisita no había exagerado en absoluto. El Garlochí, que así se llamaba, era un bar pequeñito, donde no había ni un hueco de la pared libre. Estaba decorado con altares, vírgenes y santos por dos lados. Candelabros y mantones cubrían todas las paredes, pero lo que más sorprendió a Amelia fue un cuadro gigante de la Duquesa de Alba.