Tras la presentación, caminaron juntas mientras Amelia le contaba a Luisita como había andado de un lado a otro, encontrándose siempre con alguna cofradía cortándole el paso. Entonces se daba la vuelta y volvía a empezar. La rubia reía ante el agobio de la chica, que se había pasado casi dos horas dando vueltas en apenas quinientos metros. Amelia había intentado ayudarse con el GPS, pero Luisita le había explicado que ante esas calles tan estrechas no solía funcionar demasiado bien.
Apenas llevaban unos diez minutos caminando cuando se encontraron con una hilera de capirotes.
—Joder —suspiró Amelia.
—No te preocupes que la cruzamos y en cinco minutos, llegamos.
—Pero ¿se puede? —preguntó sorprendida.
—Hombre, pues claro —dijo Luisita riendo de su inocencia— No se debería y hay quien dice que es de mala educación, pero como todavía no tenemos alas, es lo que hay. Solo debes tener cuidado de que no te caiga cera —expresó seria mirando los cirios de los nazarenos.
—¿Qué?
La cara de terror hizo que la rubia soltara una carcajada. Normalmente el momento de cruzar era cuando los nazarenos estaban parados y bajaban el cirio, aunque también había muchos que no lo llevaban hacia arriba. Todo dependía de la cofradía.
—Es broma. Ven —dijo cogiéndole la mano de forma automática para cruzar.
Amelia la siguió, evitando a los nazarenos como hacía su acompañante, asombrada de que no se le hubiera ocurrido la idea de atravesar en toda la tarde.
—¿Ves? Sanas y salvas. Y nadie nos ha querido matar —celebró Luisita soltándole la mano cuando llegaron al otro lado.
—Joder, creía que no se podía... llevo toda la tarde haciendo la gilipollas —se lamentó Amelia.
—Piensa que ya has aprendido algo nuevo que te servirá para el resto de la semana.
—Bueno... —dijo no muy convencida.
—¿No has venido a ver Semana Santa? —intentó adivinar.
Mirándola bien, no tenía mucha pinta, pero si algo había aprendido con los años era que las apariencias engañaban bastante.
Amelia rio amargamente mientras negaba con la cabeza.
—¿Entonces? —quiso saber Luisita.
—Larga historia.
—Tengo tiempo —dijo con su mejor sonrisa y Amelia la observó de arriba abajo— Te he salvado de una buena bulla, qué menos que tomarte algo conmigo mientras me cuentas esa larga historia —insistió.
Unos minutos atrás solo pensaba en llegar a casa, ducharse y tirarse en el sofá. Sin embargo, aquella chica de rizos había cambiado sus planes. Algo en sus ojos le había transmitido una ternura que no sabía explicar, por eso lo único que le apetecía en ese momento era que se quedara un rato más con ella.
—Supongo que de alguna manera tendré que agradecerte que me hayas sacado de allí —aceptó con falsa resignación.
Buscaron un bar que no estuviera abarrotado y pidieron un par de cervezas, acomodándose en una mesa alta como pudieron.
—Está todo lleno por todos lados. ¿Es así siempre?
—Es así esta semana. El turismo se multiplica, los hoteles hacen su agosto al igual que los bares y restaurantes y la ciudad se echa a la calle.
—Pero ¿a todo el mundo le gusta la Semana Santa? —preguntó extrañada.
—No. Hay gente que se quita del medio esta semana o que hace su vida normal sin pisar el centro, pero si vienes a esta zona sabes ya lo que te vas a encontrar.