Cuando Luisita llegó al Kings, lo primero que hizo fue fijarse en la mesa del fondo donde Amelia hablaba con Nacho. Sabía que había quedado para aclarar las cosas con él primero, así que se acercó a la barra dispuesta a hacer tiempo charlando con su hermana.
—Con el lío de la mudanza y el abandono de mi hogar —dijo María con retintín— Apenas te he visto el pelo estos días, guapa —riñó dejándole un beso en la mejilla.
—Me viste hace dos días, en este mismo sitio —indicó con una mueca.
—Pero no hemos podido hablar.
Luisita rio, sabiendo lo que se venía y decidió adelantarse a las intenciones de su hermana.
—Es verdad, ¿qué tal con Nacho? El otro día vi un poco de acercamiento.
Se habían acariciado la mano en la barra y estaba segura que era lo más cerca que habían estado en esas semanas. Nacho era muy tranquilo y María, por primera vez en su vida, estaba siguiendo ese ritmo.
—Ay, no lo sé —se lamentó, mirando a la mesa del fondo donde el chico hablaba con Amelia— Es que no dejo de pensar que solo quiere ser simpático y no le gusto.
—María, de verdad, el charco de babas que deja debería hacerte pensar lo contrario.
—Ya, pero entonces ¿por qué es tan tranquilo?
—Porque es así, ya te lo dije. Además, que Amelia me contó que le gustabas.
—Bueno, pero necesito estar más segura.
—Necesitas que te coma la boca.
—O que me empotre —dijo mordiéndose el labio, soñadora— Tiene cara de eso.
—¿De empotrador? —preguntó Luisita con cara de espanto.
—Sí.
—No sé...—contestó dubitativa, mirándolo— Yo le veo carita de misionero con caricias.
Y era verdad. Le parecía demasiado tierno e ingenuo y no podía imaginárselo de otra manera.
—¡No me digas eso! —exclamó María, horrorizada, haciéndola reír.
Estuvieron un rato bromeando sobre experiencias sexuales nefastas, desternillándose, hasta que su hermana tuvo que ir a servir a unos clientes y Luisita aprovechó para mirar a Amelia, que le dedicó un guiño imperceptible haciéndola sonreír.
—Y tú con Amelia ¿qué? —preguntó María cuando volvió.
Luisita había puesto a su hermana al tanto de cada paso que había dado con la morena, desde Sevilla hasta esos últimos días en Madrid y María se mostraba muy interesada por sus avances, llegando a decir que era mucho mejor que una película.
—No lo sé, María. Como ha estado en Zaragoza estos días no la he visto...
—¿Y qué es lo que no sabes? Si me dijiste el otro día que os había interrumpido.
—Ya, pero eso son momentos. Sabemos que va a pasar, pero es algo que tiene que darse.
—Ya se ha dado.
—Pues se dará otra vez, no tenemos prisa.
—Entonces, ¿ahora estáis tan normal? Después de casi comeros la boca...
—Sí —dijo recordando su última conversación y sabiendo que no era del todo así.
***
Desde el sábado de compras no habían vuelto a verse. El domingo Amelia se lo había pasado en casa, tranquila, pero Luisita no había vuelto a saber de ella. El martes, ante la ausencia de noticias le escribió, aunque no recibió respuesta y eso era raro.