Amelia se despertó sin saber muy bien donde estaba, aunque solo necesitó girarse un poco y notar el brazo de Luisita a su alrededor para que todo viniera a su mente. Sonrió sin darse cuenta, cerrando los ojos, intentando asimilar que por fin había pasado lo que tanto anhelaba. No podía creer que estuviera allí, enredada en el cuerpo de la rubia, desnuda, después de hacer el amor durante horas...
Tal y como recordaba, Luisita y ella tenían una conexión especial y lo habían vuelto a demostrar entre esas cuatro paredes. Se habían tocado de mil maneras distintas, disfrutando de sus cuerpos de todas las formas que podían imaginar, besándose, acariciándose, rozándose y corriéndose. Al principio, la rubia había tomado el control, pero no le duró demasiado y al final Amelia acabó haciéndose con la situación. Varias veces. Aunque todas esas veces no habían sido suficientes porque seguía con ganas de más.
Recordar a Luisita retorciéndose de placer, mordiéndose el labio entre gemidos, para después mirarla directamente mientras se corría era una imagen que pensaba tener grabada para siempre en su memoria. El único problema era que ahora no podía sacársela de la cabeza y quería volver a hundirse en la rubia, tenerla a su merced... Un pinchazo en su entrepierna la hizo volver a la realidad y se centró en Luisita, que dormía plácidamente encima suya, con su cara a apenas unos centímetros y su olor impregnándolo todo.
Se dedicó a observarla como le hubiera gustado hacer en Sevilla, donde las prisas de la primera noche y lo poco que durmieron la segunda, se lo habían impedido.
Se fijó en su cara, sobre su pecho, tan tranquila y en paz, con ese aire angelical, que se borraba de su mente si recordaba la noche que habían pasado. La facilidad de Luisita de parecerle tan adorable y ponerla tan cachonda en cuestión de segundos era algo que Amelia no terminaba de entender y que la rubia manejaba con maestría.
La miró más tiempo del que estaba dispuesta a admitir y pensó en lo increíble que era encontrarse en la misma cama que Luisita, después de todos esos meses. Y esta vez sin prisas por irse, sin trenes esperando, con todo el tiempo del mundo por delante...
Se le aguaron los ojos sin darse cuenta.
Nos ha salido demasiado bien.
Recorrió su perfil con sus dedos, observando las pequeñas muecas que hacía mientras descendía y unía los lunares de su cuello en constelaciones imposibles.
Luisita se apretó más contra su pecho, afianzando el nudo que eran sus brazos y piernas y Amelia no pudo evitar enterrar la mano en su pelo, rastrillándolo. Le encantaba escuchar el ronroneo de la rubia cuando lo hacía.
—Buenos días —murmuró Luisita.
—Buenos días, marmota —susurró dejando un beso en su frente.
Luisita levantó la cabeza de su pecho y la sonrisa no tardó en aparecer en su rostro. Amelia no sabría decir quien ha sonreído más, si la rubia al verla o ella, que se sentía incapaz de explicar la sensación de felicidad que invadía su pecho.
—¿Has dormido bien?
—Muy bien.
—¿Podemos decir que es un buen colchón? —cuestionó, recordando la noche anterior.
La morena asintió, divertida.
El trayecto en taxi a Amelia se le estaba haciendo eterno, no sabía cuanto tiempo llevaban allí metidas, pero la boca de Luisita cada vez se atrevía más y lo que había comenzado con besos húmedos por su cuello, empezaba a descender por su clavícula queriendo perderse más abajo.
Luisita observó de reojo al conductor, muy concentrado en el poco tráfico de esas horas de la madrugada, y deseó que no mirase demasiado por el espejo retrovisor porque el espectáculo lo tenía asegurado. Era imposible saber dónde empezaba una y acababa la otra.