El de la Madrugá

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«Que te folle yo a ti», la directa respuesta de Amelia hizo que a Luisita se le erizara la piel. El tono sugerente que utilizó la morena provocó que un cosquilleo le recorriera el cuerpo; tan solo seis palabras la habían hecho temblar. 

—Quizás el premio de consolación merezca la pena —contestó atrevida Luisita mientras le acariciaba el cuello con ambas manos.

—Estoy segura de ello.

—Tendrás que demostrármelo.

La de rizos acortó la distancia entre ellas y rodeando su cintura unió sus labios en un beso pasional en el que el roce de sus lenguas arrancaba continuos suspiros en ambas. Luisita caminó de espaldas sin perder el contacto, hasta que calló en el sofá con Amelia encima, que sujetó las muñecas por encima de la cabeza y se retiró ligeramente para mirarla a los ojos.

—Te dije que iba a follarte yo a ti —expresó con una autoridad que encendió más a Luisita y le mordió el labio inferior invitándola a que continuara.

Volvieron a besarse, esta vez a un ritmo frenético marcado por Amelia, que le saboreaba, mordía y succionaba los labios a placer. De su boca, pasó a su mentón y de ahí a su cuello, el que se dedicó a recorrer con la lengua mientras se movía sobre ella buscando el placer mutuo. Al liberar a Luisita el agarre de sus manos, ésta las introdujo por debajo de la camiseta de su compañera acariciando su espalda desnuda.

—Creo que llevas demasiada ropa—dijo Luisita con la respiración entrecortada.

—Eso tiene fácil solución —contestó Amelia incorporándose lo justo para quitarse la parte de arriba, quedándose en un sujetador de encaje azul oscuro que la rubia contempló con deseo, pero no tardó en deshacerse de él.

Devoró sus pechos mientras la morena hacía que las prendas de Luisita quedaran desperdigadas por el suelo de la habitación, con la urgencia de estar en igualdad de condiciones. La sensación de sentirse piel con piel era la certeza que les faltaba para comprobar lo real de aquella conexión que habían experimentado durante toda la semana. La mano de Amelia, que había recorrido el cuerpo de la rubia a placer se adentró ahora entre sus muslos, acariciando con la yema de los dedos la cara interna de ellos. La lentitud con la que lo hacía estaba desesperando a Luisita y ella lo notó.

—¿Tienes prisa? —susurró en su oído antes de dejarle un beso húmedo en el cuello y con sus dedos continuaba haciendo dibujos entre sus piernas.

Luisita se detuvo un momento en sus ojos, le sujetó las mejillas y le besó con la misma ansia que tenía porque la tocara; no la hizo esperar más y se adentró entre sus pliegues. Manejando sus dedos con destreza comprobó lo que a la rubia le gustaba más y se detuvo en esos gestos que le hacían gemir más alto, cerrar los ojos y agarrarse al cuerpo de la morena con fuerza. El baile entre la mano de una y las caderas de la otra se acompasó a la perfección, hasta Luisita explotó en un orgasmo que le sacudió el cuerpo y la dejó exhausta, abrazada a Amelia.

—Parece que te ha gustado —musitó la de rizos apoyada en su hombro.

La rubia abrió los ojos con dificultad, pero cuando se encontró con su mirada volvió a excitarse como si no hubiera ocurrido nada de los que acababa de pasar. Ahora era su turno para hacer lo que le había pedido al principio.

* * * * * * * * * *

—¿Por qué suena una alarma a las cinco de la mañana? —preguntó Amelia medio dormida.

—Porque tú y yo teníamos un plan — explicó Luisita, dejando su móvil en la mesita de noche — Y no me vale un no por respuesta — añadió al ver como empezaban a formarse las protestas en la boca de la morena.

Siete díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora