Después de un fin de semana movidito, el lunes para Amelia empezaba con otro color. Luisita le había escrito temprano para informarle de que trabajaba hasta las dos, que si quería podían comer juntas y luego le enseñaba el centro histórico. O lo que pudiera hasta que apareciera alguna cofradía.
*Luisita*
Si crees que te estoy atosigando y prefieres ir sola, no hay problema.
Ese había sido el último mensaje de Luisita y el que había hecho sonreír a Amelia porque aquella chica rubia de ojos enormes, que la había ayudado a salir de un laberinto no había dejado de preocuparse por ella. La había escuchado, le había brindado consuelo cuando lo había necesitado y la había acompañado a casa para evitar que volviera a perderse. Además, se había ofrecido a enseñarle la ciudad para que no se llevara un mal recuerdo de ella y allí estaba, escribiéndole desde temprano para cumplir con su palabra.
Amelia no era capaz de recordar la de veces que le dio las gracias y aun así sentía que no era suficiente. Una completa desconocida se había portado con ella mejor que alguien con quien se había pasado dos meses hablando, que ni siquiera se había preocupado por saber qué haría esos días en Sevilla.
De la que me he librado.
Caminaba tranquilamente dirigiéndose hacia la catedral, fijándose en como las calles parecían diferentes a las que había visto el día anterior. Ahora no había tanto trasiego y podía andar con total normalidad por el centro, sin tener que preocuparse por encontrarse alguna cofradía.
Se acercó donde le había indicado Luisita, a la que vio rodeada de un grupo de personas, señalando de un lado a otro, mientras se despedía en un perfecto inglés que hacía las delicias de Amelia.
—No me creo que sea la una y yo ya haya terminado de trabajar —dijo Luisita acercándose a ella con una sonrisa que no le cabía en la cara.
—¿Tus jefes aceptaron tu propuesta? —se interesó Amelia recordando lo que la rubia le había contado.
Después del desastre del día anterior, Luisita le había insistido a su jefe en eliminar el tour para conocer Sevilla y su Semana Santa, que resultaba imposible con el centro histórico abarrotado de gente y dejarlo todo como hasta ese momento.
—Sí. Solo un tour por la mañana para enseñar Alcázar y Catedral. Nada de Semana Santa —celebró con un bailecito.
Amelia negó con la cabeza riendo, la vitalidad de la rubia era digna de admirar. Le llamaba la atención la sonrisa eterna en su rostro y su mirada pícara, como si siempre estuviera a punto de realizar una travesura.
—Tu sueño hecho realidad.
—Todavía no —contestó en un tono ronco mirándola de arriba abajo, haciendo que Amelia se avergonzara y ella sonriera orgullosa de su hazaña— A ver, Amelia, ayer la Catedral cerró y hoy solo abre hasta las cuatro, así que podemos entrar ya y comer un poco tarde o comer ya y entrar después.
—Lo que tú digas, tú mandas —dijo Amelia, turbada por la mirada que le había dedicado la rubia.
—¿Yo mando? Interesante —respondió mordiéndose el labio.
Amelia no entendía los comentarios de Luisita, la noche anterior ya le había insinuado algo de ese tipo, pero luego siempre cambiaba de tema sin darle mayor importancia. La tenía un poco perdida, no sabía si le gustaba o solo jugaba con ella.
—En ese ámbito te aseguro que no mandarías, pero aquí eres la experta así que tú decides que es lo mejor —contestó Amelia en un intento de recuperar la compostura.