(Época medieval)
Una joven muchacha de no más de 16 años tallaba con esmero las escaleras de mármol del salón principal. Recién comenzaba y sabía que le quedaban unos cuarenta y cinco peldaños más para poder terminar, pero no era un problema al que no pudiera enfrentarse.
Cada día se gastaba dos horas puliendo y encerando con entrega, para que el resultado fuera aprobado por la familia real.
Tan sumida estaba en hacer su deber, que ni siquiera notó cuando unas delgadas manos la sujetaron de la cintura, y tiraron de ella hasta ponerla de pie. Solo cuando su espalda tocó una cálida superficie se permitió percatarse de la nueva presencia en el salón antes desierto.
Sus mejillas se tiñeron de un carmín potente. La doncella, más que nadie, reconocía de quién se trataba aún incluso si no estaba mirando, porque esa esencia a menta y vainilla no podían engañar a sus sentidos.
– Príncipe Todoroki... – Suspiró la joven.
El nombrado rodeó su cadera con ambos brazos, y apoyó su mentón tranquilamente en el hombro derecho de la joven sirvienta, inhalando y perdiéndose en su aroma.
– Te he anhelado tanto, vida... – Murmuró cerca de su oído, con los ojos entrecerrados.
Los tibios y delgados labios del príncipe chocaron contra la morena piel que cubría el cuello de la muchacha. La de castaños cabellos se estremeció ante el acto del noble, e intentó alejarse de sus brazos.
– Príncipe... Alguien podría vernos... Suelteme por favor. – Advirtió, intentando librarse del agarre del semi albino.
Pero este no acató a las quejas de la menor. Muy por el contrario, se aproximó más a su encuentro, terminando de pegar todo el torso a la espalda de la sirvienta. Ambos corazones estaban acelerados, y la respiración de la muchacha estaba descontrolada.
Las manos empezaban a sudarle frenéticamente a pesar de estar mojadas por su reciente trabajo. Aún no lograba acostumbrarse a este tipo de relación con su príncipe, incluso después de las incontables noches sobre su lecho, y el constante contacto de sus labios.
– No me pidas eso ahora, por favor... Solo déjame sentirte un poco más.
– Príncipe...
– Te he dicho muchas veces que me digas por mi nombre, vida.
– Usted sabe que no puedo hacer ese tipo de cosas... Es el príncipe y tengo que...
Un jadeo salió de lo más profundo de su garganta, interrumpiendo sus palabras.
El heterocromático rió levemente, aún con la piel atrapada entre sus blancos y perfectos dientes. Su agarre en torno a la cintura de la muchacha era más fuerte, comenzando a repartir pequeñas caricias en esta, sobre aquel viejo vestido de la limpieza.
– Quiero que vengas a mis aposentos hoy...
Su voz era tan hipnotizante para ella, que podía embriagarse de cada palabra proveniente del seductor sonido, siguiendo cada orden con solo escuchar a su príncipe... Pero esta vez tenía presente que no debía de caer.
No podían continuar esa infame y prohibida aventura, porque si eran descubiertos, las consecuencias podían ser catastróficas, tanto para él como para ella. Estaban restringidos el uno del otro. No había discusión que validara ese amor, y ninguna guerra podría triunfar.