Observó al joven hombre de pálida tez encima de la cama, tan frío y livido como el cristal bajo la lluvia. Ella estaba sentada al filo de la cama, intentando subir la temperatura de su lechosa piel alisada con paños húmedos de agua caliente, preocupada de su estado, sin importarle quemar las palmas de su mano al estrujar el paño de agua.
Hace un par de horas, en medio del bosque lo encontró, a la intemperie, bajo un tormentoso aguacero de agosto, herido y en mal estado, con aspecto tan blanco como la nieve, sin ni un ápice de color es su bello rostro enmarcado. El ojo izquierdo marcado por una gran cicatriz rojiza que resaltaba en su tersa piel por encima de todo, solo camuflada por la abundante mata de cabello de dos colores, despeinados y descuidados que se iban hacia atrás.
Era, sin duda, la criatura más hermosa que sus jóvenes y asombrados ojos pudiesen haber visto. Hermoso sin duda alguna, tanto que le era inevitable no desear tocarle, acariciar su mejilla sin miedo a sonreír enternecida. Elegante y jovial, con ropas de camisa y pantalón de vestir, y zapatos que lucían bastante costosos, así era ese sujeto, luciendo pulcro a pesar de tener las prensas entintadas en el barro de la lluvia, desprendiendo tenue aroma a césped húmedo. Realmente esperaba que mejorara su condición, y que pudiese cruzar un par de palabras con su persona, aunque sea por unos segundos. Sabía que su aspecto de pordiosera era un repelente para hombres de refinada alcurnia como lo era él, más tan solo deseaba escuchar un suave gracias pactado de sus labios, suficiente para hacer que su corazón cobrara vida.
Tocó el paño una vez más, verificando su temperatura, dándose cuenta de que este ya estaba frío. Se apresuró a desprenderlo de la blanca frente con cuidado, y volvió a sumergirlo en el agua que, a estás alturas, ya estaba tibia. Apretó hasta que el agua dejó de salir, y lo depositó sobre en rostro del joven, acomodándolo por encima de sus ojos acaramelada, con cuidado y dedicación. Estaba distraída, tanto que no se dió cuenta del leve movimiento debajo de su cuerpo, y la suspicaz sacudida.
Solo fue conciente cuando se encontró a sí misma debajo de una fuerza abrumadora que parecía querer quebrarla, incapaz de gritar o hacer nada, paralizada por el miedo y por ese par de grandes ojos que le observaban con una enfermiza curiosidad aterradora. Como un cazador que mira a su presa, en sus ojos había hambre.
- Tú... - Le escuchó susurrar, logrando que su respiración se acelerara.
El sonido le recubrió la piel, erizando cada vello a lo largo de su anatomía. Sonó frío, terrorífico sin duda alguna, pero se rehusaba a intimidarse, a mostrar vulnerabilidad. Sentía su corazón bombear con fuerza, rápido y certero contra su caja torácica. Su mandíbula se cerró, poniendo más fuerza de la que debería, al punto de comenzar a doler levemente.
Observó los ojos felinos, tan fieros como podían serlo, mirándola como si se tratase de un pedazo de jugosa carne. Una sonrisa lúgubre se pintó en el rostro del caballero pálido y bien vestido, mientras le analizaba por completo.
- P-perdone usted, m-mi señor... Le... Le encontré a usted bajo la lluvia y solo quise ayudarle... La-lamento si he sido inoportuna... - Intentó formular, pero estuvo segura tan pronto como empezó a hablar que solo soltaba inentendibles balbuceos.
Y cada palabra parecía causarle más gracia al hombre. Cada palabra, un latido más fuerte. Cada latido, una sonrisa más grande.
Poco a poco pudo notar su error, pudo ver que aquel hombre bien vestido poseía una dentadura como ninguna, blanca y pareja como no se encontraba en la época ni de los más nobles. Y en los extremos, dos prominentes colmillos resaltaban, como los de un animal, dispuestos a atacarle en la yugular al más mínimo movimiento.
Un vampiro.
La idea le aterró, y solo hizo que sus emociones se desbordaran. Se paralizó ante el firme agarre de la criatura que se posaba encima de su cuerpo, dándole nula escapatoria. Miraba a los ojos de la muerte, sin poder hacer nada para evitarlo, porque sabía que allí moriría, tendida en esa humilde choza, sobre las cobijas de la incómoda cama que había sido suya durante años, drenada de su sangre y con la mirada perdida en los ojos más bellos, pero mortíferos que pudo haber visto.
Gris y turquesa. Los ojos de su más grande error.
El error que le costaría la vida sin duda alguna. Ahora lamentaba su mísera vida. Tampoco podía pedir mucho más. Vivió unos largos 16 años de edad, y tuvo todo lo que muchos no tienen, una chozita para pasar las noches, una cama donde dormir, una vaca de la cual extraer leche y vender para comer. No podía pedir mucho más que eso, pero siempre quiso hacer más, siempre, mucho más. Y ahora que le observaba ese hombre bello, trajeado y con un rostro idóneo, quizás no podía pedir más que eso. Se sintió tan pequeña y asustada, que ni siquiera podía moverse. No quedaba nada, no podía hacer nada.
Tan solo movió ligeramente su cabeza a un costado, dejando en evidencia el cuello sucio de tierra y polvo pegado, esperando que fuera rápido, para no sufrir tanto mientras le robaban la vida. Resignada a morir, cerró los ojos, esperando el impacto.
Sintió la frialdad del rostro de aquel hombre acercándose al cuello, tan cerca que la nariz le hacia presión en la piel, oliendo allí, de aquí para allá, delineando pequeños trazos con la punta de la nariz.
- Por favor... - Susurró al borde del llanto, dejando escapar un par de lágrimas en el proceso, que se deslizaron por las morenas mejillas.
Sintió el frío filo de los dientes, más sin embargo, la mordida jamás llegó. A cambio, solo delineó con los gélidos labios una y otra vez la línea de su cuello, depositando besos helados de vez en cuando, haciéndole temblar bajo su toque. El corazón le palpitaba con fuerza, tanto que sentía que se le saldría de los fuertes impactos. Tenía miedo, tanto miedo.
- Tan ansiosa estás de morir... Mi querida vida... - Le habló, con esa voz gutural, sobre su cuello. Soltó aire frío, congelándole hasta los huesos. - Siempre has sido el perfecto bocadillo para mí.
A pesar de la índole de esas palabras, no sintió ni una pisca de maldad en ellas.
Abrió los ojos solo un poco, tan solo para encontrar la imagen de aquel hombre observándole con paciencia. Incluso podría decir que la sonrisa macabra que tenía se había transformado de pronto, en una que transmitía calidez. Algo en su interior vibró.
Lo conocía. Lo conocía bien, ¿De dónde? ¿Quien es?
Dio un pequeño saltito cuando sintió el ligero peso del sujeto caer sobre ella sin barrera, apoyándose en su totalidad, recostando su cabeza llena de cabellos bicolor sobre su hombro descubierto por el vestido maltrecho.
- ¿Que...?
- Ansiaba tu calor. - Murmuró brevemente.
Lo último que ella supo fue que el sujeto se desapareció de aquella pequeña choza, dejando la puerta abierta de par en par, a merced de la tormentosa lluvia, tan rápido que no fue capaz de siquiera darse cuenta cuando se marchó.
Tocó su cuello, mirando a la puerta por la cual se colaba el agua, tan solo pensando en la extraña sensación familiar que le había dejado ese beso.