Capítulo I - La llegada

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Anne y Jay se conocieron en la universidad, estudiaban ingeniería química juntas y eran mejores amigas totalmente inseparables. Cuando estaban por terminar la carrera Anne quedó embarazada y Jay la acompañó durante todo su proceso.

Al ver a su amiga cruzar por ese hermoso momento en el que cargaba en brazos a ese pequeño ser que a penas se abría paso a la vida, sus ojos se llenaron de lágrimas y el deseo de tener un bebé fue tan grande que, al siguiente año, a vísperas de navidad, nació un pequeño humanito con unos preciosos ojos azules.

Louis a penas aprendía a hablar cuando Gemma ya daba sus primeros pasos. Anne y Jay se mudaron juntas a una casa que quedaba 5 minutos de un hermoso parque cuyo centro estaba adornado con un gran roble, la vista era preciosa y el espacio muy amplio. Creyeron que era un buen lugar para que sus hijos crecieran y salieran a jugar sin necesidad de alejarse mucho de su casa, con la seguridad de que sus madres los observaban y cuidaban desde el balcón donde se veía claramente el parque.

Ninguna de las dos se había casado aún pero tenían prometidos, el de Anne llamado Theo y el de Jay llamado Charlie. No se sentían listas para compartir un compromiso tan serio como el matrimonio pero vivían con ellos, la casa era lo suficientemente grande para que dos familias convivieran sin problema.

Los días pasaban y Anne empezaba a sentir esos tan conocidos mareos y revoloteos en el estómago que la hacían sentir cálida al saber que una nueva vida estaba creciendo dentro de su ser.

Anne pasaba por su segundo embarazo, esta vez, con más conocimiento sobre el tema. Theo, Jay y Charlie la cuidaban y procuraban cuidar a la pequeña Gemma para que no tuviera que hacer tanto esfuerzo. Así es como, un primero de febrero, llegó al mundo un hermoso ser con ojos verdes que iluminaron toda la habitación del hospital en dónde se estaba llevando a cabo el parto.

Anne y Jay lloraban de la emoción, su familia estaba creciendo poco a poco. Theo llegó al hospital acompañado de Charlie junto con Gemma y Louis quienes ya tenían 2 y 3 años. Louis casi no entendía lo que pasaba, en su inocente cabecita los bebés nacían de las rosas, las hadas los ponían ahí como pequeñas semillas que sus madres tenían que encontrar y al hacerlo, debían cantarles para que crecieran sanos y fuertes.

—Hola mis pequeños bebés—. Dijo Jay mientras se arrodillaba para envolver en con sus brazos a Gemma y Louis. —¿Quieren conocer al nuevo miembro de la familia? 

—Upa mamá upa—. Dijo Louis mientras abría los brazos para que su mamá lo cargara.

Los destellos azules y verdes se cruzaron por primera vez dejando a su paso estelas de magia que adornaban aquel instante en que dos almas se encontraban.

—Pequeño, y bo—. Se cortó a si mismo buscando las palabras en su corto vocabulario, a Louis le costaba un poco hablar. —Bo ni to—. Dijo con dificultad y Harry, con tan solo horas de haber llegado al mundo, le dedicó su primera sonrisa provocando una risita en el castaño.

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—¿En qué rosa lo encontraste? —. Preguntó el ojiazul acercándose a Anne quien se encontraba meciendo a Harry en brazos.

—Oh cariño, ¿En dónde has escuchado que los bebés se encuentran en las rosas?—. Dijo sin poder evitar una sonrisa viendo al pequeño que consideraba también su hijo.

—Yo lo soñé, el hada de mis sueños me lo dijo, y dijo que debías cantarle—. Dio un brinquito al caer en cuenta que nadie le había cantado aún y que no crecería ni sano ni fuerte. —¡Tenemos que cantarle!

Anne empezó. —Duerme ya, dulce bien. Mi capullo de nardo. Despacito duérmete. Cómo la abeja en la flor—. Louis seguía el ritmo de la canción de cuna con pequeños balbuceos y cortos "mmmm" porque no sabía la letra pero quería participar.

Cuando Harry cumplió sus dos años Louis ya tenía cuatro y Gemma cinco. El rizado era muy inteligente, en poco tiempo había aprendido a decir algunas palabras sin problema alguno, casi no se trababa al hablar, pero pronunciar el nombre del castaño representó un reto para el, no lograba decirlo. 

—Lois—. Lo llamó mientras el ojiazul se acercaba al pequeño bulto sentado en la alfombra con un chinesco en su mano.

—No, es Louis—. Dijo con el notorio acento que había adaptado.

—Mmm... Lo- Lois—. Volvía a repetir sin lograr pronunciar bien su nombre. 

El castaño reía ante la dulzura del pequeño al intentar nombrarlo, los gestos de su rostro representaban la batalla interna que tenía al tratar y no lograrlo, fruncía su ceño y entrecerraba los ojos viendo como el ojiazul lo pronunciaba y procuraba imitarlo sin éxito.  

—¡Ya sé! Puedes llamarme de otra forma. ¡Puedes ponerme un nombre! Así como se lo pones a tus juguetes.

Harry miró hacia arriba con una expresión pensativa, cuando el rizado se concentraba sacaba la punta de su pequeña lengua a un lado de su boca. 

—Boo—. Y así fue como el menor empezó a llamarlo, el castaño estaba encantado con su nuevo nombre.

El ambiente armónico y amoroso en la casa Stylinson, como la habían llamado, se hacía más grande al paso de los días con los pequeños que jugaban y corrían por todo el hogar. 

La tranquilidad se vio interrumpida por una gran tormenta con truenos fragorosos que provocaron el miedo en el más pequeño, las lágrimas se acumulaban en aquellos orbes verdes mientras gateaba hasta esconderse tras el sillón.

Gemma y Louis sabían que Harry odiaba las tormentas, le aterraba los sonidos de los truenos. Corrían detrás de él para abrazarlo y cantarle aquella canción de cuna que tranquilizaba a Harry.

—Duerme ya, dulce bien. Mi capullo de nardo—. Cantaban mientras rodeaban con sus brazos al pequeño. Harry apoyaba su cabeza en el pecho del castaño y llevaba su pulgar a su boca mientras era arrullado por unos calurosos brazos que lo hacían sentir en paz, y tanta calma era la que sentía que sus párpados pesaban y comenzaba a quedarse dormido.   

Cuando el rizado se dormía ellos no lo cargaban, aún eran pequeños para hacerlo. Gemma corría a buscar a Jay o Anne para que lo llevaran a su habitación mientras Louis se quedaba cuidándolo y procurando no despertarlo. Cuando era llevado a su habitación, ambos permanecían ahí junto a el, la cuna era grande así que se metían sin problema quedándose dormidos de inmediato.

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