- ¿Estás seguro papá?
- Claro que sí mi rayo de luz, estoy más que seguro - le aseguró el hombre de grandes ojos oscuros.
Juliana sonrió con tristeza soltando un corto suspiro.
- Me será difícil no escuchar cómo me llamas todos los días cuando esté lejos de aquí - confesó al mismo tiempo que una lágrima solitaria se deslizaba hacia el abismo, a través de su mejilla.
Su padre sonrió con una nostalgia adelantada, en sus ojos se reflejaba la misma tristeza, pero no estaba sola, le acompañaba el inmenso orgullo que sentía por ella.
- Y a mí decírtelo mi pequeña centella, pero no podría perdonarme retenerte a mi lado por el simple egoísmo de extrañarte cada día - dijo poniendo una mano sobre la mejilla de su adolescente hija - ¿acaso el capullo envuelve por siempre a la mariposa o es que el invierno detiene en su viaje a la golondrina?
- No - respondió Juliana negando con la cabeza.
- ¿No verdad? - dijo él - quiero que vueles por el mundo, mi mariposa, con alas indestructibles - agregó elevando su mano en dirección al cielo, sintiendo el viento entrelazarse en sus dedos.
- Te extrañaré mucho papá, no puedo evitar ser muy egoísta - sollozó, escondiendo su rostro en la curvatura del cuello del hombre que le dio la vida.
- Todos lo somos algo mi hermosa hija- dijo riendo su padre, pasando una mano por su sedoso cabello, oscuro como la noche - pero te conozco, conozco tu inteligencia, tu porte, tu forma de ser y me gritan que serás una mujer de mundo y quién soy yo, un simple mortal para privarte de las maravillas que te esperan. Afortunada es la tierra que recorrerás en tu camino.
- Te amo padre
- Y yo a ti, luz de mi vida - le susurró devolviéndole el abrazo - recuerda esto siempre, yo te esperaré para darte otro abrazo, tan fuerte que el tiempo no habrá pasado en vano...
Diez años después...
Las últimas palabras que había escuchado de su padre retumbaban en su cabeza mientras caminaba en compañía de Perseo, su fiel caballo de larga melena gris, por el vasto campo que conducía de regreso a su hogar.
Poco más de diez años habían transcurrido luego de ese abrazo, tantas noches, tantos días y experiencias que no podía esperar para contarle a quien hoy, consideraba el hombre que más admiraba en toda su vida, ya que sin su sabiduría nada de eso habría sido posible.
Había conocido personalidades maravillosas, elegantes, inteligentes, hombres bien letrados, conocedores y razonadores de todo lo que rodeaba a un individuo, de sus mentes emanaba un cultivo de saberes y Juliana no tuvo reparo en cosecharlos.
Quería contarle a su padre que había conocido a Séneca el joven, famoso filósofo con el cual había debatido sobre la sabiduría y la virtud, entablando con él una buena amistad, también ansiaba hablarle sobre aquellos años que pasó conviviendo con legionarios romanos en Britania, donde aprendió sobre disciplina, orden y el arte de la pelea cuerpo a cuerpo.
No había sido para nada fácil lograr que un grupo de hombres la viera como a una igual, mucha fortuna tuvo al estar en el momento y en el lugar correcto cuando el general de los legionarios, ante la atónita mirada y acción inútil de su ejército, se atragantaba por un pedazo de carne en su garganta durante un banquete en el que Juliana pasaba de cerca y por pura casualidad.
"Cuando un conducto de agua se obstruye, se echa a perder el sembrío si no lo desatascas por dentro, pero si aquel cilindro fuese flexible y suave podríamos presionarlo para que saliera lo que se encuentra allí, gracias a los dioses por las segundas oportunidades", recordó en ese momento la analogía que le dijo su padre, minutos después de haber salvado a un amigo de morir de esa manera.
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Café con Leche
RomanceElla dijo "No me gusta que toquen mi rostro" y fue todo lo que necesité para saber que era real.