En llamas (última parte)

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El día había iniciado muy a pesar de Valentina, la ojiazul apenas había dormido y no se encontraba lista para afrontar la jornada que le esperaba.

Era día de audiencias en el Palacio y debía cumplir con su rol de emperatriz o de "estatua"como ella solía decirle. Era así como lo dictaba la tradición, pero más aún cómo lo dictaba su esposo quien se encontraba obsesionado con contar con su presencia.

Horas antes, en el desayuno Nerón se había mostrado raramente complaciente debido a su conformidad con la actitud de Valentina, que luego de varios intentos fallidos había aprendido a mostrarse más dócil y a ceder en algunos asuntos con el emperador o en otras palabras a ser diplomática, como Juliana le había enseñado.

- Juliana - susurró deteniéndose en el intento de peinar sus cabellos al recordar los eventos de la noche anterior.

Se sentía escandalizada por sus propias acciones, todo había salido mal desde el principio, antes de reunirse con ella Valentina se había prometido a sí misma ser lo más reservada posible, pero algo en la legionaria le animó a contarle incluso de su infancia.

Negó con la cabeza al pensar en lo fácil que había sido abrirse con ella.

Pero el evento que más conflicto le causaba había sido aquel momento en el que se desconoció a sí misma, cuando aquella mujer se presentó buscando a Juliana en medio de la noche, una furia se hizo presente en ella sumado a un impulso de territorialidad inexplicable que se apoderó de su ser.

Respiró profundo al recapturar el instante en el cual su cuerpo tomó sus propias decisiones. De repente una mirada color café se presentó ante ella al cerrar los ojos, Juliana la contemplaba como nadie lo había hecho, su piel, su olor, su voz en susurros de pronto plagaron su mente como las flores en primavera.

Con brusquedad expelió aire por las fosas nasales con frustración, abriendo los ojos al mismo tiempo al recordar su patética actitud de pedirle - decidió no usar la palabra 'rogarle' - que no llevara a la pelirroja a su cabaña.

- Júpiter... - suspiró consternada cubriendo su rostro con ambas manos.

El rostro desencajado que la morena había puesto le recordaba que la próxima vez que la vería, lo cual sería muy pronto, sería probablemente bombardeada con preguntas que aún no estaba lista para responder.

Terminando de colocar la última alhaja dorada en la mitad de su brazo izquierdo, inspiró profundamente para luego emprender su camino hacia el salón del Palacio.

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En un sombrío contraste, sentada sobre una de las sillas en el centro de la cabaña Carbonaro se encontraba Juliana, mirando al vacío, teniendo como única compañera a una botella de vino.

Aquel día no había cumplido su usual rutina de asear su actual hogar, ni de entrenar algunos minutos, ni siquiera de abrir las ventanas, tan solo había alimentado a Perseo y había regresado abrumada por los pensamientos que la acechaban.

Entre tantas emociones, reinaba la impotencia que sentía al pensar en lo que su padre habría querido compartir con ella, todo lo que había hecho en su ausencia y todo lo que nunca escucharía como grandes relatos. Ahora entendía que había pasado mucho en todo aquel tiempo que estuvo fuera de Roma y se preguntaba si había hecho lo correcto en irse hace varios años a seguir su propio destino.

Se volvía a lamentar el no haber cabalgado más rápido, el haberse quedado unos días de más en la costa disfrutando de la brisa marina en vez de haber continuado su camino hasta encontrarse con Peto.

Su pecho dolía al asumir todo lo que había perdido, tantas conversaciones y tantos momentos que fueron arrebatados sin piedad por la mano de un hombre que no merecía seguir respirando.

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⏰ Última actualización: Apr 22 ⏰

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