En llamas (parte 3)

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Lo único que Valentina podía distinguir de la legionaria era su espalda desnuda y brillante ante la luz de las velas, abalanzándose una y otra vez sobre el cuerpo de quien finalmente reconoció como Marcia, la mujer que conocía a Juliana más que ella.

De pronto sintió un nudo en el estómago, al mismo tiempo sus mejillas empezaron a quemar como si se hubiesen prendido en fuego, podía ver en el rostro de la otra mujer una expresión retorcida de placer y angustia mientras clavaba sus uñas en la espalda de la morena acercando más sus cuerpos.

- Más rápido - le oyó decir soltando un fuerte gemido.

Sin soportar otro instante más, Valentina se alejó de la ventana, volviéndose y caminado con una postura completamente rígida, hacia donde Gerald la esperaba.

- ¿Todo bien señora?

- Llévame de regreso.

- Sí, señora.

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Era un nuevo día en el Palacio, el sol estaba cerca de alcanzar su máxima altura por lo que Juliana decidió, aunque aún no era la hora en la que usualmente buscaba a Valentina, prestarle una visita temprana.

La ansiedad por verla la había invadido, últimamente en lo único que podía pensar era en la emperatriz y el tiempo que compartían juntas.

Una sensación extraña recorrió su cuerpo al detenerse a pensar en el lazo que habían formado a través de sus lecciones y las conversaciones que tenían, las cuales podían continuar por horas y más horas sin siquiera sentirlo, siendo la inminente retirada del astro brillante la única razón para sus despedidas.

Por momentos cuando hablaba, podría jurar haber visto los cristalinos ojos de la emperatriz desviarse en dirección de sus labios.

- Ridícula - susurró para sí misma.

Estaba claro para Juliana que una mujer como la emperatriz no podría fijarse en ella, los motivos sobraban.

Suspiró aceptándolo.

En su ya no tan corta estadía en el Palacio, había descubierto que la emperatriz era una mujer sumamente inteligente y calculadora, de carácter imponente, enamoradora de masas.

- Cualquiera podría caer enamorado ante tanta perfección - volvió a susurrar, mordiéndose esta vez la lengua y quejándose de dolor.

Perseo la miró de reojo para luego retomar su camino.

Se sentía avergonzada, no quería ni siquiera que su confidente equino oyera que anoche ojos azules y aquel rostro perfecto habían reemplazado en su imaginación a la otra mujer que tuvo entre sus brazos.

Se lamentó sacudiendo el sentimiento que plagó su pecho al recordar las imágenes que su subconsciente había sembrado a su antojo.

Estaba segura que en el mundo real Valentina no era una mujer que se dejara llevar por sus pasiones más ocultas, a pesar de su implacable actitud permanecía en ella una inocencia que debía respetar incluso en pensamientos.

Sabía que debía, pero del dicho al hecho había mucho trecho.

Ya estaba cerca al punto donde solía esperar a la ojiazul por lo que se recompuso irguiendo su espalda, tratando de alejar pensamientos indebidos. Luego de una profunda inspiración que había contribuido a que estuviera más equilibrada, sonrió emocionada por otro día que le esperaba junto a Valentina.

Pero las hojas de los árboles cayeron, el sol llegó a su punto máximo y la emperatriz no se asomó a su balcón.

Estaba segura que los galopes de Perseo que usualmente hacían cuenta de aviso de su llegada, habían sido lo suficientemente fuertes para ser escuchados en esa área del Palacio, motivo por el que le extrañaba la nula respuesta a la cual no estaba acostumbrada.

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