24. Ayuda, me está seduciendo.

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Katherine

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Katherine

—¿Tus padres no te dicen nada? —inquirí hacía Leydan.

—¿De qué? —frunció levemente el entrecejo.

—Pues has venido muy seguido, o ¿ellos no saben que vienes aquí?

Hizo una mueca.

—No, no notan mi ausencia, es decir, sí, pero están muy ocupados y cuando se dan cuenta simplemente invento algo —se encogió de hombros.

Asentí mordiendo mi labio inferior. En el fondo me decepcionaba que nadie supiera de nuestra relación, aunque no tuviéramos nada oficial, claro que sus hermanos estaban por enterados que nos veíamos seguido, pero no era lo mismo a que me fuéramos novios y su familia lo supiera.

—Lo haré —habló y giró un anillo sobre su dedo.

—¿Qué harás?

—Les diré a mis padres sobre ti —dijo.

De pronto ya no sonaba tan bien como en mi mente.

—¿Qué? No, no hace falta, no deberías —hablé sin pensar, mi cerebro estaba creando miles de escenarios distintos en los que sus padres se enteraran de mi existencia, y en ninguno acababa bien—. Leydan, no creo que les agrade a tus padres, a ellos no les caen bien la gente como yo.

Una cosa es querer que algo pase, y otra muy diferente es saber que pasará. Porque cuando lo dijo en voz alta se me quitaron las ganas.

—Les agradarás —aseguró.

—Si les llegara a agradar tan solo sería para tenerte contento.

Me miró con extrañeza.

Oh Dios ¿Hablé sin pensar?

Perdón, el tema de sus padres me pone nerviosa.

—No quise decir eso —cerré los ojos con fuerza intentando desaparecer.

Él rio levemente.

—Sí Katherine, tal vez les agrades solo para tenerme contento a mí, ¿y eso que importa? —elevó un ceja.

Lo miré mientras jugaba nerviosamente con mis dedos, no lucía molesto por lo que yo acababa de decir, tenía ladeado el rostro y una ligera sonrisa.

—Que no me querrán de verdad —fijé mi vista en un punto inespecífico del suelo.

—El que te quiere soy yo, ellos no importan.

—Y si no importan, entonces ¿Para qué decirles? —cuestioné.

Espera ¿Dijo que me quiere?

—No lo sé, al menos para que sepan la razón por la cual estoy fuera de casa todo el tiempo —se encogió de hombros—. Después de todo son mis padres.

Los WinsclerkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora