Capítulo XII

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   Era sábado, un día en el que nadie se levanta temprano, incluso yo. No hay clases ni actividades que hacer, por lo que siempre me quedo en la cama intentando dormir, esperando que las pesadillas no me despierten.
   Pero eso no va a ser posible. Porque justo afuera de mi cuarto, se escuchan pasos, pasos que reconocería en donde fuera. Cole. Ya viene a despertarme.
   La manija de la puerta se comenzó a mover. Preparé mi almohada, lista para lanzarla contra él cuando abriera por completo la puerta.
   —¡Buenos días! —gritó, abriendo la puerta rápidamente.
   Le lancé la almohada, pero la logró esquivar.
   —Alguien amaneció de mal humor el día de hoy...
   Recogió la almohada y me la lanzó de regreso. Pero estaba indefensa, por lo que solo me cubrí con la sabana, así evitando el impacto directo a mi cara.

   Pronto se hundió la cama, justo en donde mis pies deberían de estar.
   —Buenos días, Bla...
   —Me irritas, ¿lo sabías?
   —Sabes que me quieres de todos modos.
   —¿No sabes que es sábado? —gruñí—. ¿Nunca escuchaste que los sábados se descansa?
   —¡No tenía idea! —respondió—. Día perfecto para salir y dejar de ser una ermitaña, ¿no lo crees?
   —No —respondí inmediatamente—, estoy en desacuerdo contigo.
   —¡Perfecto! —dijo—, quiero que veas lo que he estado practicando.
   Quitó la sabana y me tomó del brazo. Pronto sentí que dábamos vueltas y éramos estirados. Era el mismo sentimiento que cuando viajamos por traslador. 

   Caí en una superficie arenosa, y pronto la mitad me mi cuerpo se humedeció. Una corriente me había empapado. Me senté rápidamente y me arrastré lejos del agua.
   —¿Dónde estamos? —pregunté.
   —En un lago —respondió Cole.
   Levanté mi mirada. Frente mío había un largo suelo de aguas cristalinas y detrás de esta, estaban altos y verdes pinos, que tapaban casi la mitad de una alta y nevada montaña. Pero todo esto me era familiar, en algún lugar lo había visto antes.
   —Por los dioses, ¿qué es este lugar? —me asombré.
   —Un lago, eso es seguro... y espero que en escocia —respondió Cole.
   —¿Cómo qué "espero que en escocia"? —lo miré—. ¿No sabes dónde estamos?
   —Eh... la verdad no pensaba mucho en dónde quería ir —dijo—. Creo que nos llevó a un lugar que tú querías ir.
   —Yo no quería venir aquí... —reflexioné por un momento—. No... No es posible.
   —¿Qué? ¿Por qué no es posible?
   Este lugar me es conocido, y ya recuerdo por qué.
   —Mi pesadilla se situaba aquí.
   —Oh, no —murmuró Cole y se tiró al suelo—. Esto no es bueno. Dime que era un buen sueño.
   —Lo lamento mucho...

   Unos metros detrás de nosotros, se escuchó movimiento en los arbustos. Me levanté e intenté tomar mi broche de la cabeza, pero no estaba, lo había dejado en mi habitación de Hogwarts. Si mi sueño es real, estoy en problemas, probablemente Cole no lo esté, pero yo sí. 
   Los arbustos se seguían moviendo, lo que fuera que estaba ahí se acercaba sigilosamente.
   —Levántate —paté a Cole—. ¿Nos puedes regresar?
   Él asintió, me tomó del brazo y cerró los ojos al igual que yo.
   Volvió el tirón y los giros. Volvimos a caer en arena. Seguíamos en el mismo lugar, pero ahora muchos metros más cerca de los arbustos.
   —Esto es increíble —dije con enfado.
   —Tranquila, quizás sólo es un animal salvaje —repuso Cole—. Quizá tu sueño estaba equivocado y no era más que un animal.
   —Si de esos arbustos sale un perro, estoy hecha papilla —señalé.
   Y justo de los arbustos se asomó la cabeza de un perro doméstico, haciéndose el perdido. Pronto todo su cuerpo se asomó, el perro empezó a caminar hacia nosotros, con una pata aparentemente coja.
   Cole por impulso se empezó a acercar a el perro, pero rápidamente lo tomé del antebrazo.
   —No es buena idea —le dije—. No sé que te podrían hacer a ti, pero es mejor no averiguarlo.
   —¿Me puedes explicar qué soñaste? —habló—. Porque solo me dices que esto no es posible, que estás hecha papilla y demás. Pero no me dices qué pasa.
   —Aléjate un poco.
   Los dos retrocedimos unos metros, haciendo que nuestros pies tocaran el agua helada. O al menos los míos, ya que Cole sí tiene zapatos.
   —Soñé con empusas, las seguidoras de tu madre —expliqué—. Soñé con este lugar, con aquella Empusa disfrazada de perro herido. Créeme, no creo que solo sea un simple perro doméstico.
   —Si estás en lo correcto, y es una empusa... no creo que nos haga daño —comentó—. Como tú dices, son seguidoras de mi madre, no lastimarían a uno de sus hijos, ¿verdad?
   —Eso no lo tengo por seguro. Quizás a ti no te lastimen por ser su hijo —respondí—. Pero no puedo decir lo mismo por mí.
   —Intentaré protegerte —dijo rápidamente Cole.
   Caminó hacia el perro, este se detuvo al mismo tiempo que él lo hizo.
   —Soy Cole Amery... y soy un hijo de Hécate —le habló al perro—. Si eres una empusa, muéstrate... eh... por favor.
   El perro se levantó en dos patas. Pronto aquella figura de perro se fue deformando, mostrando a una mujer de piel blanca, ojos rojos, filosos colmillos y cabello en llamas, al igual que una pierna de bronce y otra de aparentemente de burro.
   —Yo tengo claro que vienes en busca de comida, y es probable que tengas hambre, pero te aseguro que la posible comida que está aquí no es buena.
   —Yo no vengo por ti, chico —habló la criatura—. Nunca comería a un hijo de mi señora, pero aquella chica de allá no es su hija, eso lo sé... lo presiento.
   —Un sexto sentido, increíble. Pero cuando decía que la comida que está aquí no es buena, también me refería a ella, ¿sabes? —cortó—. No se ve muy apetitosa, ¿no lo crees? Mírala, esta toda mojada y en pijamas, además de que el clima frío que hace no va a dejar la carne caliente y jugosa.
   No tengo idea de qué intenta, pero no creo que esté funcionando.
   —Eso no me importa, chico —respondió—. Siempre la puedo echar al fuego antes de comerla.
   —El punto es... no la comas —terminó.
   ¿Le acaba de sonreír a la empusa? Por los dioses, lo hizo.
   —¿Por qué debería hacerte caso? —preguntó—. Eres un semidiós, las divinidades nunca están al pendiente de ustedes. Incluso te podría comer a ti, no creo que tu madre se pueda enterar.
   —Eh...
   Cole empezó a retroceder. El valor que había impuesto ante la empusa se estaba desvaneciendo. Siguió retrocediendo hasta chocar contra mí.
   —¿Corremos? —me susurró.
   —Es lo mejor.
   —A la derecha a las tres —dijo—. Uno... ¡tres!
   Los dos salimos disparados hacia la derecha, y poco después la empusa nos comenzó a seguir.
   Corríamos por la orilla, evitando que nuestros pies tocaran el agua para que no redujéramos la velocidad. Pero a la empusa no le importaba, incluso en el agua era igual de rápida que en la arena.

La Hija de Demeter en Hogwarts Donde viven las historias. Descúbrelo ahora