Capítulo XX

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   A las once en punto salí del castillo acompañada de Cole. Él se había ofrecido a guiarme hasta donde mi padre estaría esperándome, me dejaría sola pero se quedaría cerca de ahí por si necesitaba algo.
   El clima era cálido y no tan frío como lo había estado casi todo el invierno. Llevaba una mochila con bastante comida. No sabía que le gustaba, por lo que llevaba un poco de todo. Estaba muy nerviosa, y se podía notar fácilmente, no lo había visto desde que tenía un año. Ya teníamos planeado vernos en verano, y tenía bastante tiempo para prepararme mentalmente, pero llegó una carta suya repentinamente y arruinó todo lo que tenía planeado para no estar como me encontraba ahora.
   —Ya estamos cerca —avisó Cole.
   Pasamos por un callejón que salía del pueblo hacia un campo sin cultivar que rodeaba una parte de Hogsmeade. Caminamos hacia el pie de la montaña. Cole se detuvo antes de que dobláramos una curva.
   —Debe de estar allí —indicó.
   —Muchas gracias por traerme.
   —Elie, si necesitas algo, háblame —me dijo Cole—. Incluso si te sientes incómoda, puedo inventarme algo para sacarte de ahí.
   —Gracias —de verdad agradecía lo que hacía, pero esperaba no tener que llamarlo.
   —Suerte.
   Tomé aire y doblé la curva. Le di una ultima mirada a Cole y caminé un poco.

   Al final del camino había unas tablas puestas para ayudar a pasar la cerca, y parado en esas tablas, había un perro muy grande y peludo perro negro, en su hocico cargaba unos periódicos. Parecía como si me esperara, ya que al verme, meneó la cola con mucha felicidad. Se me acercó rápidamente y yo retrocedí. ¿Y si ese perro me hacía algo? Él se dió cuenta de mi repentino cambio y paró. Hizo un gesto con la cabeza como si quisiera que lo siguiera. Comenzó a trotar por el camino de tierra, cada vez alejándose más de mí. Traspasé la cerca y lo seguí. Traía conmigo mi varita y mi broche, me podría defender en caso de que algo sucediera.
   El perro me condujo a la base de la montaña, donde el suelo estaba cubierto de rocas. Empezó a ascender por la ladera. Seguí subiendo tras él por un tiempo.
   Al final el perro se perdió de vista, y cuando llegue al lugar en donde desapareció, vi una estrecha abertura en la piedra. Me metí por ella con dificultad y me encontré con una cueva fresca y algo oscura. Estaba admirando la cueva, en un lugar del suelo había un montón de periódicos amontonados uno sobre otro. No me di cuenta cuando aquel perro negro se convirtió en un hombre. Y cuando me percate de ello, saqué rápidamente mi varita, apuntándolo con ella.
   Aquel hombre llevaba puesta una túnica gris andrajosa y estaba muy delgado. Tenía el pelo largo, sucio y enmarañado. Él no decía nada, no se movía. Ahí fue cuando me di cuenta de quien era, su cabello oscuro, sus profundos ojos grises, era él, era mi papá.
   No me contuve, en cuanto bajé la varita, corrí a abrazarlo. Apenas me devolvió el abrazo sentí esa calidez paterna que tanto me hacía falta, incluso si no me hubiera dado cuenta antes que la necesitaba.
   Se veía casi igual que en las fotos suyas que encontré por el castillo, pero un poco más viejo y descuidado. Pero era él.
   Las lágrimas amenazaban con salir, y por primera vez no las contuve. Había pensado tantas cosas, que me había dejado, que había muerto. Pero ahora lo tenía aquí conmigo, y no dejaría que me dejara de nuevo.

La Hija de Demeter en Hogwarts Donde viven las historias. Descúbrelo ahora