Mamá y yo nos paramos delante de la puerta de una cafetería cerca de Central Park.
Estaba nerviosa. Sentía cómo mi cuerpo y especialmente mis extremidades temblaban. Aunque no había nada que me atacara físicamente, sí lo hacía emocionalmente.
De pronto una mano tomó la mía.
—¿Estás bien?
Asentí hacia mi madre. Keith se había quedado en casa, y aunque una parte de mí quería que él estuviese a mi lado, otra estaba totalmente segura de que esto era lo mejor. Era algo entre mi madre y yo. Algo que debíamos resolver solas.
Dudó unos segundos, pero finalmente empujó la puerta. Habíamos discutido aquel plan largo y tendido, y aunque al principio no estuvo segura de mi decisión, decidió respetarla.
Yo quería conocer a mi padre. Conocerlo de verdad. Y ya era lo suficientemente mayor como para decidir lo que deseaba.
Este último año, la verdad, tanto mi vida como yo había cambiado mucho. Ahora entendía por qué la gente decía que cuando te mudas a la universidad maduras, estando sola sin tus padres. Físicamente ellos seguían allí, pero emocionalmente este año habían faltado mucho, y yo misma me había enfrentado a situaciones que jamás imaginé.
Madurar se hacia a golpes de la vida al final, y de esos tuve varios.
El calor del interior de la cafetería me dio de pleno en el rostro, y comencé a desabrocharme la chaqueta mientras pasaba los ojos alrededor de la estancia hasta encontrar a la figura del profesor...
Hasta encontrar la figura de Garrik.
Sentí cómo a mi lado mi madre tomaba aire pero no lo soltaba. Lo guardo, y luego, muy despacio, fue expulsándolo. Como si tratase de no perder los estribos.
Intenté ponerme en su lugar. En cómo ella se reencontraba con un hombre al que quiso tanto que llegó a tener una hija con él, para que luego desapareciera de su vida.
Y me fue imposible.
Llegamos hasta su mesa, e intercambié una mirada con mamá antes de mover la silla y sentarnos.
Era sumamente extraño. Había estado con aquel hombre, mi profesor, en clase de arte siguiendo la lección, corrigiéndome, riéndome... y ahora analizaba cada minúsculo movimiento que hacía.
Y aunque ya no era mi profesor... todo parecía más íntimo.
Él saludó con la mano pero ninguna de las dos hizo el más mínimo movimiento. En realidad, mamá parecía más tensa que yo.
El camarero llegó y pedimos dos cafés, mientras por debajo de la mesa veía de refilón cómo ella era incapaz de parar de estrujarse los dedos, unos entre otros, con nerviosismo. Quizás fuese incapaz de entender cómo se sentía, pero sí podía hacerme una idea.
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El sexy chico invisible que duerme en mi cama © | REESCRIBIENDO
Fantasy¿Qué pasaría si descubrieras que hay un chico al que sólo tú puedes ver? Eso es lo que le ocurre a Lauren en esta historia, quien tiene que aprender a tratar con Keith y todo lo que ver a un chico invisible involucra. Obra registrada en Safe Creativ...