—Por enésima vez, eres un perturbado. Déjame en paz.
Apreté los puños y continué el camino hacia casa. Me había bajado a media hora a pie y, después de salir prácticamente corriendo de la estación, dejando al policía con la boca abierta tras escucharme gritar y señalar, según él, a la nada, me negaba a tomar otro metro en mucho tiempo.
Pero yo no había señalado a la nada. Había señalado al chico perturbado que se había bajado los pantalones delante de nosotros.
—Por enésima vez —repitió él, imitándome—. Eres la única persona en esta ciudad que puede verme. No voy a dejarte en paz.
Estaba atravesando un pequeño parque para llegar antes, lo que no era muy inteligente porque la noche se había adentrado con fuerza, pero todavía quedaban personas paseando y eso me hacia sentir un poco más tranquila.
Mi acompañante, por otro lado, no.
—¡Te quedaste en calzoncillos en medio de la estación de metro! —Chillé, y entonces capté la atención de dos señoras que paseaban a mi lado.
Me miraron y murmuraron algo, pero traté como pude de ignorarlas y aceleré el paso a través del parque.
—¿Qué, hubieses preferido que me los hubiese quitado también?
Oh, por favor... Si no era una cámara oculta, ni una broma... Tenía que estar soñando.
Sí, eso debía ser. Estaba teniendo uno de esos famosos sueños lúcidos, los que son tan reales como la vida misma.
Porque esa era la única explicación coherente a todo lo que estaba pasando.
—Cállate —fue lo único que pude contestarle.
Estaba volviéndome loca. Tras irme corriendo del metro me había seguido, y no había callado en todo el camino. Incluso había hecho tropezar a unas cuantas personas al azar, y todas ellas habían actuado como si no lo hubiesen visto.
Porque nadie, a parte de yo misma, podía verlo.
—Vamos, hasta tú tienes que admitir que esto es rarísimo: ¡puedes verme!
Frené en seco y me volví hacia él con cara de mal humor y los brazos cruzados en postura defensiva sobre el estómago:
—Pues sí, es muy raro. ¡Un loco me persigue por la calle! En eso estoy de acuerdo contigo.
Arrugó la nariz y también dejó de caminar.
—No soy un loco, yo solo... soy invisible.
Me iba a estallar la cabeza.
Emprendí de nuevo el camino, y él me siguió.
—¿No tienes curiosidad, al menos, de saber por qué soy invisible?
Bajé el ritmo. La verdad, no se me había pasado por la cabeza. Que él me estuviese acosando era suficiente para mantenerme ocupada.
Sin esperar a que contestara, continuó hablando:
—No soy de aquí de la Tierra...
—Ahora es cuando me dices que eres un extraterrestre, ¿no? —Me burlé.
Ni siquiera sé de dónde salieron las ganas de bromear.
—Soy de otra dimensión, una paralela que existe prácticamente desde que también existe la Tierra. Una muy parecida a esta, pero en la que existe la magia. Viajé hasta aquí por un portal que se cerró en cuanto entré, y ahora estoy atrapado.
A medida que hablaba mi paso se reducía más y más, hasta finalmente quedarme quieta.
—Soy invisible porque no soy de esta dimensión —explicó, y sus ojos azules me miraron sin dudar—. Por eso nadie debería poder verme, ni siquiera tú.
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El sexy chico invisible que duerme en mi cama © | REESCRIBIENDO
Fantasy¿Qué pasaría si descubrieras que hay un chico al que sólo tú puedes ver? Eso es lo que le ocurre a Lauren en esta historia, quien tiene que aprender a tratar con Keith y todo lo que ver a un chico invisible involucra. Obra registrada en Safe Creativ...