Un Weasley

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El intercambio de miradas entre las versiones alternas de Ron y Hermione había afectado a Draco más de lo que habría admitido de haber tenido compañía. Se alejó silencioso por los corredores, intentando perder la voz de la profesora McGonagall, que los había hallado rodeando al trol caído. 

Cuando la voz severa de la profesora se desvaneció, Draco continuó caminando sin rumbo, atravesando corredores y subiendo escaleras al azar. Tardó aún algunos segundos en darse cuenta de que no tenía a quién ocultarle nada. Más aún: era invisible. 

Tras comprobar que el contorno de sus brazos se difuminaba con los muros, Draco se llevó las manos al rostro. Sobrepasado por sus pensamientos, decidió buscar una superficie lisa contra la cual recargarse. 

Una puerta cercana parecía la mejor opción, así que apoyó la espalda en ella y se deslizó, cuidadoso, hasta el suelo. 

No había medido los alcances de todo lo que acababa de hacer. Siempre había sabido que Hermione hacía brillar los ojos de Ron como ninguna otra persona. Sin embargo, como un buen Gryffindor, el menor de los Weasley jamás había intentado interponerse entre ella y Draco. La lealtad de Ron, que Draco se había ganado incondicionalmente tras apoyar a Harry en el Torneo de cuarto grado, era inquebrantable. 

Draco estaba tan seguro de ello que no dudó en pedir la ayuda del pelirrojo para protegerla en múltiples ocasiones. Sobre todo durante aquél último viaje. Y por alguna razón, Draco se había marchado a su travesía por el tiempo creyendo que Ron seguiría respetando ese acuerdo tácito entre ambos. 

Sin embargo, aquéllas miradas entre los dos, en su ausencia, acababan de despertarlo con un impacto similar al de una bofetada: Ron no le sería leal, y no porque fuera mala persona o algún traidor. Sencillamente lo haría porque muy pronto no habría nada que asegurara que Draco estaba de su lado.

"Debes ser el peor enemigo de Harry Potter", le había dicho Draco a su versión de once años. Y por descontado, aquélla fiera lealtad con la que Ron lo había defendido y por la que había respetado su relación con Hermione, ahora pertenecería enteramente a Harry. 

Y a ella.

Durante un instante, millones de posibilidades atravesaron su mente: Cómo deshacer lo que acababa de hacer, cómo solucionar su situación, cómo protegerla del peligro que se asociaba al apellido Malfoy, los peores traidores al Señor Tenebroso. Pero solo había una salida. 

Fue allí, en un corredor olvidado del tercer piso, donde Draco Malfoy aceptó que no podría nunca estar con Hermione Granger. Nunca serían nada más que, quizá, compañeros de curso, de casas diferentes. La brecha que durante más de cuatro años habían estado tratando de salvar, se había vuelto insuperable. Y todo por su propia culpa.

En aquél momento, Draco recorrió los mejores momentos junto a Hermione, Harry, Ron y Ginny en su memoria. Y pensando en las cenas familiares, los partidos amistosos de quidditch, las vacaciones que habían pasado juntos, los cumpleaños y hasta los momentos de peligro, Draco se dio cuenta de que en ninguno de ellos había deseado tanto ser un Weasley como lo hacía en ese preciso instante. 



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