Te conocí un día cualquiera.
Un día sin esperarlo.
Eras un cliente más, pero algo de ti llamó mi atención...
Tus ojos.
Esos ojos que me parecieron los más bellos.
Te veía muy a menudo, y cada vez me gustabas más.
Me gustaba tu forma de ser, siempre tan amable.
Me gustaba que te tomarás el tiempo para platicar, aunque fueran solo unos minutos, de cualquier cosa.
Es curioso como recuerdo el primer día que te conocí, cuando un simple comentario sobre chocolates y alimento para perros hizo que me llamarás la atención.
Me gustaba tu vos, y no perdía oportunidad de ver esos ojos que tanto me gustaban.
Quería saber más de ti.
A veces lograba que me hablaras un poco más de tu vida y eso me agradaba.
Aunque tú no lo sabías, pero me agradaba mucho el verte entrar y ser yo la que te atendiera.
Aunque por un tiempo deje de lado lo que sentía, pues la mayoría de veces preguntabas por otra chica.
Eso me hizo pensar qué tal vez ella te gustaba.
Y me convertí en tu amiga.
En alguna ocasión platicamos más que otras veces y hasta intercambiamos números, lo cual me agrado bastante.
De vez en cuando me enviaste mensajes, con lo cuál yo me emocionaba, aunque siempre lo disimulé.
Me resigne a ser solo una amiga más.
Pero un día algo pasó.
Me invitaste una cerveza, la cuál entre juegos terminó en algo más íntimo.
Al comienzo pensé que sólo bromeabas cuando intentaste entrar a aquel lugar, pero cuando realmente lo hiciste estaba llena de nervios y de miedo. Me alivio el hecho de que no hubiera cupo. Pero eso no terminó ahí.
Buscaste un nuevo lugar, y para mi ya elevado nerviosismo estaba libre.
Son tantas las emociones que experimenté ese día, que no se si algún día podrás entenderlo.
Cuándo entramos a esa habitación, no sólo me invadian sentimientos de nervios o de miedo, sino algo más. Algo que no pude controlar y que me hizo ceder y entregarme a tí. Quería probar tus besos, sentir tu piel, tus caricias, sentirte dentro de mi. Tenía deseo por tí.
Y sin planearlo, pasó aquello que sería el comienzo de lo que siento hasta el día de hoy.
Pasaron los días y aquella amistad que iniciamos inocentemente, se convirtió en una serie de encuentros sexuales.
Pero lejos de no sentirme satisfecha sexualmente, eso iba más allá. Pues yo buscaba más que eso, buscaba el no ser sólo un pasatiempo, un deseo carnal, sino algo más. Deseaba algo que no puedes ofrecerme y tal vez no sabrás jamás. Deseaba no solo que me hicieras tuya, porque ya lo era y tú no lo notas, lo fui desde la primera vez que me entregue a ti. Pues con mi cuerpo, con mi intimidad, te entregué mi corazón. Y tontamente deseaba que me entregaras el tuyo.
Lo sé, soy demasiado cursi y fantasiosa. Pero mi entrega va más allá de un simple acto sexual.
Tristemente descubrí que yo solo signifique para ti, un deseo meramente sexual.
Muchas veces me propuse el dejarte de hablar, el no ser una chica más para ti. Pero siempre volvía a caer. Tal vez te preguntes por qué aceptaba siempre verte. ¿Por qué? Porque me enamoré de tí, me enamoré de tus ojos, de tu olor, de tu piel, de tus besos, tus abrazos, tú simple presencia. Se que para ti no significo nada, y eso duele. Duele el no ser correspondida.
Pero de alguna manera me consuela el saber que habrá distancia de por medio. Y eso tal vez poco a poco me ayude a olvidarte. A no desearte como te deseo. Se que me olvidarás pero tú nunca saldrás de mi vida o de mi mente ni mucho menos de mi corazón.
Porque tal vez a raíz de ese primer encuentro, hubo una pequeña semilla que dejaste dentro de mí.
Tal vez es muy tonto de mi parte, pero me ilusiona el saber que algo de tí vivirá conmigo siempre. Se que no es algo que deseaste o que te ilusioné como a mí, es más, me atrevo a pensar que ni siquiera te importa. Pero eso me dará el valor para tratar de olvidar todo lo que sucedió.
Y por mi salud mental...
"No ser ya, ni siquiera amigos".
Así que a través de estás palabras, de este escrito, te digo... ¡ADIOS!