Es curioso como puedes pertenecer a una persona.
Y cómo te entregas de tal manera que ya no te perteneces ni a ti misma.
Dejas de ser libre, para tratar de ser alguien en la vida de aquel ser amado.
Es cómo si no hubiera nada más que importará.
Pero es más absurdo el tratar de que aquello que tú sientes sea correspondido.
A veces trato de entender el porqué el amor te cambia, no del todo por qué tú escencia nunca muere, pero si tu voluntad, tu amor propio y hasta tu cordura.
Y al entregarnos a esa persona, no solo en cuerpo, sino en alma, es lo más sincero y el acto de amor más grande.
Pues le estás entregando tu intimidad, tú pasión, todo de tí.
Y no se trata de tener sexo y ya, esto es mucho más profundo.
Es disfrutar cada segundo, cada detalle, cada acción.
Es disfrutar un beso, sentir sus labios contra los tuyos, saborearlos.
Es amar su olor, tratar de que quede impregnado a tí y guardarlo en tu memoria para no olvidarlo.
Es sentir su piel contra la tuya, el poder tocarlo, acariciarlo, besarlo.
Y en ese acto, te olvidas de ti, dejas de lado lo que te gustaría sentir, lo olvidas porque en ese momento solo existe él.
Sólo quieres transmitirle todo lo que sientes por él.
Que aunque sea por un segundo, noté cuánto lo deseas, cuánto le quieres.
Pero a pesar de saber que no somos correspondidos, nos entregamos por completo.
Te pones a pensar si vale la pena. Y lo más probable es que no, pues quién no te entrega lo mismo que tú das, no merece nada de ti.
Pero nuestro sentimientos nos traicionan y caes de nuevo.
A veces piensas que ya no tiene vuelta atrás.