PRÓLOGO

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Tenía solo 12 años cuando el príncipe Alucard de Clenmett lo vio por primera vez.

Se encontraba en un carruaje, directo a un lugar en medio del campo del que no tenía ni la menor idea, pero sabía lo que ocurriría ahí.

Miró a su padre, quien leía los documentos que su consejero había llevado para él, y luego devolvió su mirada a la pequeña ventana del carruaje, para extender su mano por la misma y tocar la hierba en el camino.

Dria era un lugar bastante bonito, no tan bonito como Clenmett, por supuesto, pero tenía su toque especial.

Contuvo la respiración, cuando logró divisar su lugar de destino. Una mansión bastante bonita en medio de la nada. Si no se equivocaba, el dueño era un Lord con el que su padre haría un par de negocios.

Para cuando el carruaje se detuvo, Alucard ya había adoptado su rostro estoico, como le había enseñado su padre.

El consejero de su padre, Kars, fue el primero en bajar de todos, ya que su padre quería ayudarlo a bajar del carruaje, pues Alucard seguía siendo bastante bajo y podría lastimarse.

—Recuerda lo que te hemos enseñado, Luca. —dijo su padre, alisando el traje de su hijo, y sonriendo—. Eres un príncipe, pero sigues siendo un humano. Interpretemos bien nuestro rol, ¿de acuerdo? —peinó su cabello, en lo que Alucard contestaba:

—Sí, padre. —el Rey de Clenmett sonrió, y tomó la mano de su hijo.

Se dirigieron juntos hacia la entrada de la mansión, donde su padre soltó su mano, y su rostro se transformó. Alucard no podía no admirar a su padre. Su postura era digna de un monarca, y soñaba con poder ser como él.

De la mansión salió un hombre rubio, seguido de quien sería su esposa, y alguien más que Alucard no pudo ver bien, ya que parecía estarse escondiendo detrás de la mujer.

—Su Majestad, qué alegría que hayan llegado. —dijo el hombre, con una sonrisa gigantesca en el rostro. Estrechó la mano de su padre, quien saludó brevemente, con cortesía—. Y usted debe ser el príncipe Alucard. Es un gusto conocerlo, Su Alteza. —Alucard estrechó la mano del hombre, pero tuvo que resistirse de hacer una mala cara. Algo no le gustaba—. Yo soy Colt Bellmont, el Lord de estas tierras. Ella es mi esposa María, y... él es mi hijo, Vlad. —arrastró al niño que escondía tras las faldas de su madre, y lo posicionó a su lado.

Alucard se quedó sin aliento por un momento, al admirar al joven que se encontraba frente a él. Se preguntó a sí mismo si alguien tan hermoso podía ser real.

El joven, que parecía tener su edad, lucía un rostro sereno, al momento de inclinarse ante ellos. Sus rizos dorados caían sobre sus ojos del color de la plata, pero no perdió la elegancia en ningún momento.

—Su Majestad de Clenmett, Su Alteza de Clenmett, es un gusto poder tenerlos aquí con nosotros. —su voz era tan suave como el terciopelo, a los oídos de Alucard, quien no pudo evitar esbozar una sonrisa, y extender su mano hacia el niño.

—Soy Alucard. Es un gusto conocerte, Vlad. ¿Quieres ser mi amigo? —el joven se sorprendió ante su pregunta, pero finalmente sonrió, y Alucard supo que jamás encontraría una sonrisa tan hermosa como la de él.

—Por supuesto, Su Alteza. Estaré encantado. —estrechó su mano. 

Historia de un Amor Perdido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora