IV

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Alucard...

—¿Alucard? —abrió los ojos al escuchar el llamado de una voz femenina.

Lo primero que vio un entorno que no conocía.

—¡Alucard! —frunció el ceño ante el grito.

Volteó a ver a su lado. Una mujer mayor que él se encontraba a su lado. Era hermosa, de piel oscura, ojos marrones y cabello castaño. Se preguntaba quién era.

—Cariño, ¿cómo te sientes? —la mujer lo ayudó a tomar asiento.

Se sentía un poco desorientado, pero al menos podía ver el lugar que lo rodeaba.

Era una habitación gigante, con todos los muebles de color crema, incluyendo las paredes, que lucían un fabuloso patrón de flores. Los pilares se encontraban cubiertos con plantas trepadoras de distintos colores.  Sobre su cabeza se encontraba colgando una lámpara bastante bonita de flores, plantas y joyas. Parecía que aquella habitación había sido decorada inspirándose en la naturaleza.

Era muy extraño, ya que no recordaba con claridad ese lugar.

—Luca... —volteó hacia su izquierda. Un hombre mucho mayor que él, cuyos ojos verdes brillaban como joyas, tomó su mano—. Luca, ¿sabes quién soy? —miró la mano del hombre, y se preguntó qué era aquel calor familiar.

La pregunta iba dirigida hacia él, así que suponía que su nombre era Luca, o en su defecto, Alucard, pero no entendía lo que estaba ocurriendo. Aquellas personas parecían conocerlo, pero él no las recordaba, exactamente.

Frunció un poco el ceño. Si bien su mente no estaba en blanco, tampoco había un recuerdo claro que lo ayude a descubrir exactamente el entorno que lo rodeaba.

—¿Dónde...? —trató de hablar, con la voz rasposa. Carraspeó, y luego volvió a intentarlo—. ¿Qué es este lugar? ¿Quiénes son ustedes?

La expresión de ambos adultos pareció romperse al escucharlo.

—Será mejor que busque al médico de la mente. —dijo la mujer, con la voz ahogada. No esperó respuesta, y salió de la habitación.

—¿Recuerdas cómo te llamas? —preguntó el hombre, con algo de expectación.

Volteó a ver al hombre, quien lucía una expresión tranquila, pero a sus ojos, parecía bastante triste.

—¿No es Alucard? —preguntó en respuesta, confundido.

La expresión del hombre cambió al escucharlo.

—¡Sí! —dijo el hombre, sonriente—. ¿Recuerdas de dónde vienes?

—Yo... —negó con su cabeza—. Supuse que me llamaba Alucard. ¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde estoy? —volvió a preguntar, esperando a tener respuestas esta vez.

La expresión del hombre se marchitó, y con un suspiro, respondió:

—Luca... —la voz del hombre se entrecortó, y tomó con más fuerza su mano—. Luca, soy yo. Tu padre, Jan de Clenmett.

Alucard parpadeó.

Aquel nombre se le hacía familiar, e incluso el hombre se le hacía familiar, pero no podía asegurar que lo recordaba.

—¿Y la señora que estaba aquí?

—Es tu madre, Dilia. ¿No nos recuerdas para nada?

Alucard no contestó.

Realmente no podía recordar nada. Su mente era un desastre total, excepto...

Alucard.

Soltó un pequeño jadeo, al recordar aquella dulce voz.

Historia de un Amor Perdido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora