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—Estos son los girasoles que han estado floreciendo estos días. —le comentó Vlad, con una sonrisa gigantesca. Alucard miró al joven con adoración, sin prestarle atención al té que desde hacía cinco minutos había estado batiendo con su cucharilla.

Vlad colocó los girasoles personalmente en el florero, y se dispuso a hacerse una taza de té, luego de quitarse los guantes y dejarlos en una bandeja que una doncella cargaba en sus brazos, junto los demás utensilios de jardinería.

Habían ido a pasear al jardín después del almuerzo, pero como Alucard tenía que estar presente en la reunión que tendrían su padre y Lord Bellmont, se había retirado antes.

Vlad había llegado hacía unos minutos, bastante tranquilo, con un par de girasoles acompañándolo. El padre del joven lo había mirado tan horrible, que Alucard creyó que lo reprendería frente a ellos por un segundo, pero no dijo nada, solo se disculpó con su padre por la interrupción de su hijo, y siguieron con su conversación.

Habían pasado varios meses desde que habían llegado a la mansión de los Bellmont, que resultaba ser una residencia vacacional. Alucard y Vlad no siempre tenían que estar junto a sus padres, así que el príncipe de Clenmett aprovechó para estrechar lazos con aquel joven noble que lo cautivó desde el primer momento en que lo vio.

Sí, Alucard tenía 12 años, pero después de ver a sus padres, podía hacerse una idea de lo que era sentir que alguien le gustaba tanto, como para considerarlo su primer amor.

Así se sentía con Vlad, pero por supuesto que no diría nada. Temía ser rechazado por su primer amor, así que continuaría siendo su amigo por tanto tiempo como pudiera.

A veces recordaba que su estadía en la mansión Bellmont no sería para siempre, y no podía evitar entristecerse. Se preguntaba si volverían a menudo, y más que nada, se preguntaba si Vlad también estaría triste de que regresara a Clenmett.

—Vlad. —llamó, mientras dejaba de lado la cucharilla.

—¿Sí, Su Alteza? —preguntó el joven Bellmont, dedicándole una suave sonrisa que calentó el corazón del pequeño Alucard de Clenmett.

—¿Te gustaría ir a cabalgar conmigo mañana? —propuso, con una sonrisa gigante en el rostro.

—Me encantaría, pero me temo que no soy muy bueno. —Vlad se encogió de hombros, apenado.

—No te preocupes, iremos despacio y no nos alejaremos mucho. Podemos ir a ver el campo de flores que me dijiste la otra vez. —los ojos de Vlad brillaron al momento en que mencionó aquel lugar.

—Entonces... estaré a su cuidado, Su Alteza. —Alucard sonrió ante la respuesta, y juntos se dispusieron a acompañar a sus padres en la mesa—. ¿Sabe? Hay un arroyo muy... —Vlad soltó un pequeño grito al tropezarse.

Alucard no tuvo tiempo de ver con qué se había tropezado, pero no dudó en moverse de inmediato para ayudarlo, dejando que la taza de té que había estado preparando cayera al suelo, sin embargo, el evitar que Vlad se cayera no evitó que su camisa terminara empapada por el té caliente que Vlad se había hecho hacía tan solo unos segundos.

Se escuchó cómo la taza de porcelana de Vlad caía al suelo, y Alucard lo estabilizó.

—¿Estás bien? —le preguntó a Vlad, con algo de preocupación, pero Vlad simplemente lo miró horrorizado.

—Dioses. Cuánto lo lamento, Su Alteza. —Vlad se inclinó ante él, de manera tan formal, que Alucard se quedó sin palabras.

—¡Alucard! —se sobresaltó, al sentir las manos de su padre caer sobre sus brazos. El Rey de Clenmett lucía completamente preocupado—. Dioses, ¿estás bien? ¿Está muy caliente? —el Rey de Clenmett trató de limpiarlo un poco con su servilleta de tela.

Historia de un Amor Perdido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora