Parte 8: Espejismos del ayer.

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Días y más días anduvieron caminando por el desierto sin ver ninguna prueba de vida, ni bichos, animales o plantas se veían en miles y miles de kilómetros, el extenso mar dorado se extendía frente a ellos sin que en algun punto hallara fin. Parecía que aquel sitio marcaba el limite del mundo y si no lo fuera parecía ser el sitio que perfecto que lo habia visto nacer y morir, durante las noches trataba de descansar esperando no enloquecer de día.

Asterión se encontraba en paz, parecía que su angustia no era más que un recuerdo nostálgico de su vida pasada, el desierto le recordaba al laberinto en donde Asterión se sintiera Rey de Creta. Sólo debía de reconocer sus anchas galerías, ¿tal vez el laberinto realmente se había extendido a todo el mundo? Y si así lo fuera ¿hubiese sido invadido?

Tal vez en su temor al hombre, los dioses hubiesen decidido esconderse en su hogar junto con todos los demás seres semejantes a ellos. El Juez del Caos, resonaba en su cabeza ese nombre, ¿y si era él? ¿El dueño del palacio que acepta a los desahuciados en su hogar con la condición de que se comporten?

Tal vez los dioses estaban asustados de su hogar que en comparación con la infinitud era ahora un espacio menor, pero de ser así, ¿Por qué debían dos niños humanos ir por él? ¿Eran ellos ahora sus nuevos lacayos dispuestos por los dioses para mostrarles el laberinto? Un nuevo rey, como siempre debió haber sido.

—¡Asterión! —gritó Atlas de repente sacándolo de sus pensamientos.

Como una pesadilla sofocante que te absorbe en sus fantasías Asterión habia terminado por dirigir a los chicos durante todo ese tiempo. Los primeros días eran ellos los que habían animado a Asterión a caminar, pero, con el pasar del tiempo poco a poco Asterión domino el desierto dirigiendo a los chicos como si estuviera en su casa.

—¿Qué sucede? —preguntó Asterión contrariado.

—Nos has hecho caminar por días ¿A dónde nos llevas? —preguntó Atlas al borde del llanto. Los ojos rojos de ambos chicos, la resequedad en sus labios y el agotamiento físico mostraron a Asterión la realidad despertándolo de su espejismo.

—¿A dónde nos llevabas carnero? —preguntó Atlante de forma retadora.

—A la cocina—dijo Asterión que poco a poco comenzó a ver las paredes del laberinto borrarse bajo el sol desértico.

—Un espejismo, hemos seguido un espejismo, estabas en tu casa—musitaba Atlas al comprender el comportamiento perdido de Asterión durante todos esos días.

—¡Maldita sea! —gritaba Atlante lanzando sus cosas por los aires mientras su hermana caía de rodillas al suelo envuelta en llanto.

Una de las bolsas que Atlante lanzó por los aires fue a caer a un par de metros de él. El sonido de las cosas chocando contra algo solido devolvió un poco de claridad a los chicos.

—¿Qué fue eso? —preguntó Asterión tallándose los ojos para comprobar que no seguía en un espejismo.

—Fue solido—dijo Atlante echando a correr hacía donde el envoltorio habia caído, Asterión miró a la pequeña Atlas profundamente arrepentido y cargándola en brazos echo a correr tras Atlante.

—¿Dónde estamos? —preguntó Asterión.

—En nuestro hogar queridos niños queridos—chillaba una voz desde el desierto.

De repente la arena comenzó a moverse creando un remolino que envolvió a los chicos, Asterión abrazo a Atlas contra su pecho mientras se colocaba de espaldas a Atlante. El remolino se disipo mostrando un paso de montañas, en estas un grupo de ruinas de lo que parecía ser un templo se encontraba invadidas por una manda de lo que parecían ser enormes buitres que sobrevolaban el lugar.

—Nos hemos divertido mucho viéndolos enloquecer todos estos días—dijo una voz desde las montañas y escombros altos.

—Creo que hoy comeremos carnero hermanas—dijo otra voz.

—Es un chico muy listo para tener cuernos—se mofó otra con un agudo chillido.

—¡Muéstrense malditas bestias! —gritó Atlante desenvainando su espada furioso.

Entonces, del cielo, las enormes aves bajaron para terror de Atlas que se abrazó con más fuerza a Asterión escondiendo su rostro en su pecho mientras lloraba en sollozos.

—Harpías—musitó Asterión al reconocer a las aterradoras mujeres del cielo. 

Asterión en el fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora