Parte 22: Promesa

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—¡La traje Atlante! ¡La traje! —gritaba Asterión a la playa selvática detrás de él.

El aire soplaba tranquilo y en paz, un par de peces asomaban sus narices a la triste escena sobre la arena, Asterión los miró, jamás en su vida había visto peces. Como una suplica respondida un par de pasos sigilosos comenzó a caminar detrás de él, aterrado del mundo cual la primera vez que salió de su palacio Asterión desenvaino la espada para enfrentarse a quien detrás de él le miraba.

Un grupo de personas salió de entre la selva, todos encapuchados, confundidos con el ambiente habían visto todo, con temor, con tristeza, pero sobre todo con asombro. Uno de los encapuchados se acercó al tembloroso Asterión y descubriéndose se presentó como una benevolente anciana que sonrío con lagrimas en los ojos al toro que se abalanzó a su regazo llorando cómo un niño.

—Asterión, hijo del Toro Blanco y Pasífae, soy Madre Araña, el espíritu de las Tierras del Oeste tu hogar—dijo la anciana sin soltar al dolido Asterión que de rodillas frente a ella lloro amargamente.

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En cuanto la noche cayó en la aldea el cuerpo de Atlas fue puesto en uno de los barcos funerarios y adentrándose al mar fue Asterión el lanzara la flecha ceremonial. Los presentes cantaban o lanzaban llamadas delicadas azules al cielo mientras fuegos fatuos se preparaban para conducir a su nueva compañera al espacio sideral.

El bote ardía en llamas y Asterión podía ver las pequeñas chispas salir del bote y elevarse con la corte de fuegos fatuos hacia el cielo estrellado que por primera vez desde que había conocido el caos y la destrucción se presentaba ante él en un espectáculo melancólicamente hermoso.

—Ya esta donde vivió, en el viento y las estrellas con su hermano—dijo Madre Araña acercándose a Asterión.

Un viento travieso acaricio el rostro peludo de Asterión al mismo tiempo que sentía su corazón quebrarse. Era su adiós, el último, la brisa fresca que Atlas fue se despedía de él recordándole tambien de su hermano que ahora la esperaba entre las estrellas.

—Llegamos, pero ¿para qué? ¡Estoy solo de nuevo! ¡solo! ¡encerrado en este maldito caos que me destroza sin piedad! —gritó Asterión furioso soltando en llanto de nuevo, Madre Araña guardo silencio.

—Atlas y Atlante conocían tu historia por que conocían a los dioses, cuando el mundo cayo en el caos de Eris. La contaminación los alcanzo a ambos, sabían que pronto perecerian cual bestias sin sentido, fue cuando se propusieron buscar hasta el último vestigio de eso que dotaba la humanidad de unicidad, la esencia del alma—explicaba Madre Araña.

—¿Qué? —interrogó Asterión sin entender de lo que hablaba.

—Ellos buscaron a un digno protector de esta su nueva creación y te encontraron a ti Asterión—exclamó Madre Araña con seriedad.

—¿Ellos sabían de mí? ¿ellos me escogieron? ¿Por qué no me dijeron nada? —preguntaba desesperadamente Asterión echo un mar de lágrimas.

—A veces las cosas mas maravillosas deben permanecer un tiempo escondidas—respondió Madre Araña guiñándole un ojo Asterión.

Asterión se sentó en el suelo, la tierra dorada y la vegetación boscosa dominaba gran parte del paisaje, los pobladores se sentían seguros detrás de la barrera mágica del mar. Era un echo que Eris quizá no había muerto, su poder se extendía por todo el mundo y sería difícil derrotarla, pero si un pequeño tesoro se escondía en ese intrincado laberinto que era el mundo aún había esperanza.

—¿Puedo pedirle un favor? —interrogó Asterión con amabilidad a la anciana. 

Asterión en el fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora