Parte 10: Infancia

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Resonaba por todo el palacio los chillidos agudos del niño toro, pese a la infidelidad de Pasífae, Minos veía en el pequeño animal una poderosa herramienta contra los dioses. Tras haber nacido contaba la leyenda, que el minotauro, como le decían al joven torete había partido un árbol sólo con la fuerza de su cabeza.

Desde entonces el monstruo vivía en la corte para diversión de los nobles del rey y tristeza de Pasífae que intentaba a pesar de su desdicha educar al tosco animal que solía perseguir a su hermana Ariadna en una pequeña corrida que entre ellos organizaban.

—¡Asterión! —gritaba Pasífae desesperada por encontrar al novillo mientras caminaba por el jardín.

—¡Muuu! —se oyó chillar de entre unos arbustos sobresaltando a Pasífae.

—¡Asterión! —chilló Pasífae sujetando al torete por su pequeño cuerno para sentarlo en una de las bancas del jardín.

—¡Mamá! Me duele—rezongaba el animal en un lenguaje que combinaba gruñidos y bramidos de manera grotesca.

—¿Por qué juegas así con tu hermana? Sabes que no me gusta que te comportes como un animal—respondió Pasífae.

—Pero Ariadna dice que los toros andan en las arenas—tartamudeaba el minotauro dejándolo salir otro mugido lloroso.

—Asterión, debes entender que en realidad tu no eres un animal, tu eres un príncipe, sé que es difícil de entender la vida ahora, pero tu llegaras a ser rey de Creta un día y debes portarte a la altura—dijo Pasífae sacando de entre sus ropajes un pequeño ropaje para la bestia.

—¡Tizas! —chilló emocionado el torete en un bramido airoso de alegría.

—Si, todos los grandes reyes son grandes sabios, cuando domines el arte del lenguaje podrás llegar a ser rey—dijo Pasífae entregando la caja de madera con las tizas a Asterión. 

Asterión en el fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora