Parte 4: La tierra azul.

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El mar se encontraba tranquilo, pero Atlante sabía que sólo era en apariencia pues una vez que dejaran el Mediterráneo se encontrarían en territorios bravos e impetuosos del basto océano Atlántico.

Aquel hecho, sin embargo, tenían sin cuidado a Asterión que sentado en la orilla del bote metía los pies en el mar cerrando los ojos para disfrutar de la sal pegándose a su piel. Lo había visto desde las terrazas de su casa, en su forma bestial le daba igual el azul tornasol al crepúsculo, pues era tan infinito para él, bien podía ser sólo una extensión infinita y repetible.

Ahora el mar se tornaba en un concepto nuevo para él, un lugar misterioso que parecía conectarlo ya la vez separarlo de su tierra. Su hogar era una isla, pero jamás se sintió un ser del mar y ahora parecía que aquello que añoraba secretamente se volvía una realidad.

—¿Me vas a ayudar? —preguntó Atlante de manera un tanto descortés sacando a Asterión de su momento de relajación.

—Sabes que también te traje para ayudar, ¿cierto? —preguntó Atlante mientras sujetaba el timón y dirigía con ayuda del movimiento marino la barcaza.

—Nunca he navegado— respondió Asterión sin levantarse y sólo volteándose a mirarle.

—¡Vivías en una maldita isla! —gritó Atlante furioso para confusión de Asterión.

—Pase toda mi existencia entre cientos de paredes, este día es lo más cerca que he estado del mar—respondió sin inmutarse Asterión.

—¡Yo te enseño! — gritó Atlas saltando del compartimiento de la comida que tenía el tamaño ideal para ella al ver por un pequeño especio de su escondite la vena a punto de reventar de la frente de su hermano.

—¿Tú quieres enseñarme? Yo no puedo, los dioses no me dieron la bendición del entendimiento ni del aprendizaje o algun otro don en relación al conocimiento—respondió Asterión contrariado ante los deseos de una niña de enseñar a un animal algo tan valorado en su cultura como el conocimiento de la navegación.

—Eso debió de ser cuando eras una bestia ¡ahora tienes conciencia, tú mismo lo dijiste! ¡puedes aprender cualquier cosa, tienes el entendimiento! —respondió Atlas acercándose al carnero y conduciéndolo hacia las sogas.

—Lo primero que debes saber es a hacer un nudo—explicaba Atlas sacando una cuerda de entre los pliegues de sus ropas y realizando paso a paso los movimientos para atar la soga.

Asterión sufría sus primeros intentos, en su infancia, el mayor conocimiento adquirido era una serie de dibujos hechos con unas tizas que su madre le había dado y que habían decorado por un tiempo las paredes del palacio. Por ello aquellos nudos fruto de su recién nacido conocimiento cual, si se tratase de un niño pequeño, quedaban flojos o en su defecto las sogas se enredaban entre sus cuernos en un intento por separar los nudos ya realizados.

—¡Lo logre! ¡lo logre Atlas! — gritaba Asterión finalmente una vez que cayó la noche y la pequeña quedo dormida junto a él.

Asterión sonrió al mirar el sueño de la niña y dejando caer la cuerda sobre su regazo, seguidamente la tomo en brazos depositándola en su escondite en el cajón de las provisiones al centro del barco. Silenciosamente Asterión cerro la compuerta del cajón sin dejar de sonreír ante la tierna imagen de la pequeña y con esa pequeña luz en su interior regreso a la cubierta donde quedo frente a un vivaz Atlante que le miraba con malicia.

—Es hora de que navegues en verdad—agregó Atlante de brazos cruzados juntó al timón.

—¿Qué? —preguntó nervioso Asterión sintiendo un terror bajo sus pies que le hacía querer lanzarse al mar a pesar de no saber nadar.

—Atlas cree en ti, es hora de que yo lo haga, la vida no ha sido fácil desde el fin pequeño carnero, pero si esa niña mira con ilusión algo es porque sé que está viendo algo muy bueno, es su don, sabe dónde poner sus esperanzas—agregó Atlante virando el timón de tal manera que obligo a Asterión a correr hacía él para evitar caer al agua.

—Cuando giras lo haces lento, no puedes ir tan rápido pues las olas te ganarán, yo lo hago porque puedo ver las corrientes, tu tendrás que aprender a escucharlas, tu oído es mejor que el nuestro eso es una ventaja a tú favor—explicaba Atlante volviendo a virar, modificando el curso del barco.

El terror innato de Asterión por el océano hacia su efecto en cada lección dada por Atlante, su estómago se revolvía con cada giro y cada salto del mar haciendo que la bestia se agitara tambien. La marea a desbalancear el barco como reconociendo a un cobarde ante su poder y retándole a seguir de pie sobre la cubierta.

—Ahora debes mover las velas, ¿sientes el viento?, si te concentras en ello podrás saborear el mar, así sabrás donde te encuentras, ¿recuerdas a que sabía el mar de tu hogar? —preguntó Atlante tras mandar al carnero al mástil para aprender a acomodar las velas.

Asterión quedó pensativo, sabía perfectamente a que sabía el mar de Creta, las especies traídas de oriente. El olor a carne de su propia especie, si podía decirles así, a los carneros sacrificados en los templos que a pesar de parecerse a él siempre le olían apetitoso, no era raro, el mismo entendía lo que había hecho por lo que devolvió su pensamiento a la lección tratando de ignorar el recuerdo en su mente.

—Si sientes el viento podrás saber cuándo es momento de mover las velas, todo dependerá de a donde quieras ir, sigue tu instinto, eso ayudará—agregó Atlante tomando el timón mientras Asterión corría a sujetarse de las sogas y bajaba y subía dependiendo del curso que Atlante tomaba.

Asterión extendió el brazo, una ligera brisa casi imperceptible chocó con su mano, era fresca y juguetona, una brisa del sur de las tierras con aroma a coco y jazmín. Sintiendo el camino trazado en su mente, divisó la ruta que Atlante había planeado y aflojó las velas del barco dejando que el aire tropical y ligero impulsará el barco hacía el otro lado del mundo.

—Para tomar impulso y fuerza presionas el bote contra el agua del lado que quieres que venga la fuerza, con tu peso es más fácil tomar ese impulso, no creo que tengas problemas en esto ¿o sí? — dijo Atlante dejó caer su peso sobre el costado del barco al mismo tiempo que se sujetaba de una de las sogas atada al mástil para evitar caer al mar.

Paso a paso Asterión repetía las mismas acciones que Atlante hacía y poco a poco Asterión comenzó a sentir seguridad en el bote éste se movía de un lado al otro. Las náuseas se convirtieron en familiaridad, en una noche su nariz parecía haberse convertido en una enciclopedia de toda clase de aromas y sabores salinos con su propia esencia.

Saboreaba los lugares por donde, a pesar de la distancia, estaban pasando, cada tanto, era él quien mantenía el curso o ajustaba las velas y siguiendo la comanda de Atlante. Poco a poco comenzó a usar su tan devastadora fuerza en pequeños combates con el poderoso mar que se atrevía a enfrentar al autoproclamado Rey de Creta. 

Asterión en el fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora