1

6.5K 247 18
                                    

Un buen libro y una copa de vino tinto era siempre la solución a sus problemas. Pero parecía que esta vez ni siquiera sus personajes favoritos podrían obrar un milagro. ¿Y cómo iban a obrar un milagro, si sus personajes favoritos eran los protagonistas de una novela romántica que paseaban por las calles de París comiéndose a besos? París... Era el destino de su fantástica luna de miel con su prometido, Alex Turner. Bueno, mejor dicho, su ex prometido, que ahora mismo debía de estar disfrutando de lo lindo París, junto a su secretaria, con la que se había casado para, según había dicho él, «no desperdiciar todos los preparativos»

Anahí estaba física y mentalmente destrozada. Había trabajado duro en su relación para que Alex estuviese contento, le había seguido hasta Nueva York, una ciudad que ella detestaba, había dejado su trabajo para que él pudiese brillar en su terreno y le había tenido la casa impoluta y la cena preparada cada noche. Cinco meses atrás, había descubierto un anillo de compromiso en una de sus chaquetas, se había sentido tan emocionada que había chillado feliz y había corrido hasta él para abrazarlo por el cuello y decirle cuánto le amaba. Boba de ella, pensó, dando un largo trago a su copa de vino, debía haberse percatado entonces de que ese anillo no era para ella, sino para la buscona de Alice, su secretaria. El anillo le había quedado algo estrecho pero Alex le había prometido llevarlo a la joyería al día siguiente para arreglarlo.

— Yo que pensaba sorprenderte... —se había reído él.
— La próxima vez, revisa tus bolsillos antes de poner algo a lavar —había contestado ella, con dolor en las mejillas de tanto sonreír.

Anahí había programado una boda sencilla y elegante, con un circulo de invitados reducido a los mejores amigos y familiares. Ella había llamado a su madre por FaceTime esa misma noche, enseñándole el anillo en el dedo meñique de la mano izquierda y su madre había prometido volar tantas veces como la necesitase para ayudarla a tener el día perfecto. Ahora se alegraba de haber consultado todo por teléfono con su madre y no haberla hecho perder tiempo y dinero a lo tonto, como ella. Había perdido, en total, cuatro años maravillosos que jamás iba a recuperar y dinero que tenía ahorrado para un día especial. Aunque había jurado volver a recuperar cada centavo invertido en esa farsa.

Se levantó del sofá con un suspiro cansado y fue hasta la cocina para llenar su copa de vino de nuevo. De vuelta al salón, paró en el espejo del pasillo en el que se había visto reflejada antes. Tenía un aspecto horrible. Llevaba su larga y rubia melena hecha un nido en lo alto de la cabeza, el pijama había visto tiempos mejores y su cara estaba roja e irritada. ¡Por el amor de Dios, si solo tenía veintisiete años! Soltó su cabello, aunque se dio cuenta que eso no había servido de nada porque el pelo se había quedado en la misma posición y murmuró un juramento antes de dirigirse con pasos decididos al cuarto de baño.

El espejo que había sobre el lavabo volvió a darle una visión de realidad y Anahí estuvo a punto de estampar su cepillo contra el cristal. Pero después recordó que era la casa de su amiga Susi y que en realidad la estaba haciendo un favor dejándola quedarse ahí y se lo pensó mejor, ella no tenía la culpa de nada. Se quitó la ropa con rapidez, después de encender el grifo de la ducha para que se fuese calentando y, sin echarse un último vistazo al espejo, por lo que pudiese encontrarse, se metió bajo el chorro caliente de agua.

— ¿Annie?

La voz era de su amiga Susi, la cual se había extrañado de no encontrarla tirada en el sofá con una copa de vino en la mano como cada noche.

— Habitación —gritó Anahí de vuelta, con los brazos puestos cómo jarras sobre sus caderas sin dejar de mirar la ropa que tenía sobre la cama.
— ¿Qué haces aquí? — Susi vio el montón de ropa— Wow, ¿es ropa para regalar?

Embarazo inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora