CAPITULO DOCE

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El desayuno resultó ser sólo para ellos dos, ya que, al parecer, Lisa había decidido seguir durmiendo. Jimin ayudó a Jungkook con los platos cuando terminaron de comer, dejando un plato para Lisa en el microondas y una nota en la cocina diciéndole donde estaban. Jungkook lo llevó al establo para conseguir los suministros que necesitaba. Había un viejo saco de boxeo en el pajar de cuando practicaba sus movimientos. Hizo un gesto a Jimin para que subiera la escalera delante de él, y sonrió al ver el tentador trasero que se agitaba frente a sus ojos cuando subía despacio a la buhardilla. Disfrutó el paisaje durante todo el camino hacia arriba. No quería nada más que empujar a Jimin sobre el heno y besarlo sin sentido otra vez, pero se contuvo, porque no sólo tendría que tomar otra ducha de agua fría como esta mañana, sino que podría asustarlo.

Ya que en el establo estaban los caballos, Jungkook colocó el saco de boxeo fuera, para evitar que se asustaran cuando golpearan la bolsa. Vio el entusiasmo en la expresión de Jimin, y la forma en la que parecía estar dispuesto a descargar su dolor sobre el objeto inanimado en vez de sobre sí mismo. Su corazón se hinchó dentro de su pecho con la certeza de que el joven había avanzado mucho desde que llegó al rancho. Tendría que asegurarse de llamar a su primo y agradecerle que lo hubiera enviado. Durante el resto de la tarde, Jungkook le enseñó la forma de patear y golpear el saco. Al final, Jimin chorreaba sudor, pero tenía una gran sonrisa de felicidad en su rostro.

Jimin se quitó el cabello de su rostro con el dorso de la mano y miró a Jungkook. —Gracias.

—¿Por qué? —preguntó Jungkook, apoyado en la valla cercana disfrutando viendo cómo se movía Jimin.

—Por ayudarme. Por estar ahí para mí. Ha pasado... mucho tiempo desde que alguien se preocupara por mí. —Jimin desvió sus ojos, incómodo.

—Como ya te he dicho, ahora somos tu familia. Y nosotros nos preocupamos por los nuestros. Si alguna vez necesitas algo, sólo pídelo, Jimin. Lo digo en serio.

Asintió, y volvió a mirarlo, luego miró a Mantacor. El caballo estaba cerca de la valla, mirándolo con recelo, esperando a ver si el hombre le hacía algo. Jimin miró alrededor del rancho y de nuevo a Jungkook, asombrado de haber pasado de no tener nada, a tener tanto en tan poco tiempo. Eso lo hizo temer perderlo. Sin embargo, lo mantuvo en su corazón, disfrutando de la comodidad y la felicidad mientras durara. Sus experiencias siempre le habían demostrado que las cosas buenas no duraban.

Pasaron otras dos semanas, acarreando el ganado para terminar de marcarlo. Jimin pasaba una buena parte de su tiempo con el saco de boxeo que Jungkook había preparado para que lo utilizara cuando no tenía trabajo en la cocina. Se había convertido en una especie de ritual, y eso le hacía sentirse bien. Los dos pasaban la mayor parte de su tiempo libre juntos cada vez que Jungkook no estaba ocupado con el trabajo del rancho. Jimin había comenzado a sonreír más y a ganar un poco más de confianza en sí mismo, en quién era y en donde estaba con Jungkook, aunque había notado que el hombre sólo lo tocaba cuando estaban solos. Estaba pensado que quizás no estaba a gusto con que otros los vieran. Al menos Lisa lo abrazaba en público. La idea de que Jungkook pudiera sentirse avergonzado de su relación, lo molestaba, pero trataba de mantenerlo para sí mismo, porque no quería molestarlo. Tal vez el vaquero no estaba dispuesto a admitir ante sus amigos que estaba con otro hombre.

Jimin trató de concentrarse en simplemente disfrutar del tiempo que pasaban juntos.

Pero no debería haber subestimado a Jungkook.

—¿Qué está mal?

—le preguntó Jungkook tranquilamente una noche, mientras estaban sentados juntos en la sala de estar viendo una película.

Jimin lo miró con sorpresa.

—¿Qué?

—Algo está mal. Lo puedo ver en la expresión que tiene tu cara a veces, y sé que te ha estado molestando desde hace un tiempo. Dime qué es.

TOCAME GENTILMENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora