Capítulo 4

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Narra Ana

Al llegar a la mesa y ver a todos sentados, me di cuenta de algo; Camilo Madrigal, se puso lindo. Genuinamente lindo, me gustaba, pero aún así no saldría con él. No después de lo que me hizo, al menos no mientras no se disculpase.

Traté de no hacer contacto visual con él en mi trayecto a mi lugar, no quería verme obvia. Pero una vez me senté, debo admitir que, su mirada... su sonrisa, su cabello rizado.

Mierda, tan rápido me enamoré.

No.

No puedo enamorarme de Camilo.

Pasó poco tiempo para que todos esos recuerdos horribles volvieran a mi cabeza. Casi al instante, perdí el interés en él... pero seguía siendo lindo.

Sacándome de mis confusos pensamientos, Camilo se convirtió rápidamente en una copia de mí, y posteriormente en una de Mirabel para luego volver a ser él. Olvidé que podía hacer eso.

Traté de romper la tensión saludando.

–Hola, Camilo– dije. Después de todo, era el único que me faltaba por saludar.

–Hola– respondió a los pocos segundos, parecía sorprendido. Supongo que sabe que me enojé por lo de hace unos años.

La señora Alma me sacó de mis pensamientos al proponer un brindis por Antonio. Casi al instante, todos nos dimos cuenta de la ausencia de bebidas en nuestros vasos y reímos al respecto, no porque fuera una escena graciosa, al menos yo no reí por eso, si no por no ser grosera. Posterior a ello, todos nos servimos comida, agua, e iniciaron las conversaciones.

Pasó bastante tiempo (incluso había terminado mi comida ya),  hasta que la conversación en la que me involucraba, ya no era solamente entre Mirabel y yo, así como tampoco tenía que ver con la ceremonia de Antonio.

–Bueno, Ana...– dijo Luisa –hace mucho que no venías, ¿recuerdas toda la casita?– continuó.

Casita hizo un ligero movimiento de puertas, supongo que intentaba saludar.

–Cómo olvidarla– respondí con una sonrisa.

–Es verdad, Anita... hace tiempo que no nos visitas,– dijo la señora Alma integrándose a la conversación –¿qué te parece si un Madrigal te da un recorrido por la mismísima casita?

–Me encantaría– respondí amablemente.

Casi instantáneamente Camilo se levantó de su lugar.

–Y-yo puedo dárselo– dijo, ocasionando que rían Mirabel, Dolores, Luisa e Isabela. Camilo las miró con enojo.

Supongo que de verdad quiere dejarlo por la paz entre nosotros dos.

Girando la cabeza en busca de la aprobación de la señora Alma, pude ver a Félix levantando su pulgar en dirección a Camilo.

En ese momento entendí, que probablemente, Camilo no se estuviese esforzando porque quisiera, si no que tal vez lo obligaban sus papás. Y ahí, toda mi ilusión, se fue por el caño.

–¡Perfecto! Camilo, corazón, dale un recorrido a Ana por casita– pidió la señora Alma.

Camilo, apenas la escuchó; se alejó de la mesa metiendo su silla debajo de esta, y se aproximó a mi lugar mientras yo intentaba asimilar la información. Una vez junto a mí, me sonrió y extendió su mano para que la tome.

–¡Oyeee!– exclamó Mirabel.

–Qué caballeroso– dijo Pepa riendo ligeramente.

Después de pensarlo un segundo, y sin querer ofender a nadie en una casa que ni siquiera es mía; tomé su mano, permitiéndole ayudarme a levantarme. Una vez me puse de pie, le agradecí y me giré para hablarle a todos los presentes en la mesa.

Camilo Madrigal y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora