Capítulo 12

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Narra Camilo

¿Cómo describir mi sensación en esos momentos?

La casa en donde pasé toda mi vida, ahora estaba en cenizas... ya no teníamos un hogar. Y, adicional a ello, perdí mis poderes.

–¿Estás bien?– me preguntó papá mientras caminaba entre los restos de casita.

Asentí aún aturdido por la situación, y me alejé.

Fue ahí cuando reaccioné.

–¿Ana?– susurré.

Mamá me miró con preocupación.

–¡ANA!– grité con desesperación ahora acelerando el paso entre los escombros.

–¡Ana!– llamó Luisa uniéndose a mi búsqueda.

Pasó poco tiempo para que casi toda la familia se encontrara ayudándome a buscarla. En ese momento me di cuenta de que Mirabel ya no estaba, pero me daba totalmente igual, estaba demasiado ocupado tratando de buscar a mi novia.

–¿Mirabel? ¡Mirabel!– llamó la tía Julieta.

Sin importarme el nuevo objetivo de mi tía, me enfoqué en encontrar a Ana entre los escombros.


Narra Isabela

Al poco tiempo de que mamá y papá se apartaran para buscar a Mirabel por su parte, los Guzmán llegaron a los pies de los escombros que alguna vez llamamos hogar.

Mariano, boquiabierto y con preocupación, me miró. No pude retener las lágrimas, me limité a asentir ante sus sospechas.

–¡ANA!– gritó con todas sus fuerzas integrándose a la búsqueda, y la señora Guzmán fue detrás de él a imitarlo.

–¡Tengan cuidado al mover los escombros! ¡Ana podría estar debajo!– exclamó Pepa.

Camilo, desesperado y con lágrimas en el rostro, corrió de un lado al otro buscando encontrarla debajo de los trozos de cemento sólido.


Narra Félix

Estuvimos buscando durante horas, hasta que salió el sol. Sin embargo Camilo y los Guzmán parecían no perder la energía. Por el otro lado, desafortunadamente mi Pepi, Isabela y yo sí... incluso Luisa, y no permitiré que Antonio se acerqué a los escombros, solo es un niño, es peligroso tanto para él como para Ana.

Mi Pepi se sentó al lado mío para descansar un momento, suspiró. Pasé mi mano por su espalda buscando tranquilizarla.

–Ya no puedo más, Félix, tengo cincuenta años– dijo entre jadeos.

Un corto silencio acompañado de una reflexión mía de hace unas horas, me invitaron a hablar.

–No creo que esto esté llevándonos a algún lado– comenté cabizbajo.

Pepa me miró desconcertada.

–¿Crees...?– preguntó lagrimeando al cubrir su boca con sus manos.

–Ana no está muerta– exclamó Isabela en un susurro integrándose a la conversación, con lágrimas en los ojos.

La miré con tristeza, Pepa comenzó a llorar.

–Isabela...– comencé a decir e hice una pausa –¿no crees que... de no ser así, ya habría salido? ¿O la habríamos encontrado?– en ese punto comencé a llorar –O incluso... ¿ya habría respondido?

Camilo Madrigal y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora