Parte 20

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Llevamos algo más de dos semanas viviendo juntos y, aunque ya hemos vaciado del todo mi antiguo apartamento, hemos invadido cada metro cuadrado de la casa de Peeta, que está llena de cajas por desembalar. Me siento algo culpable por ello, pero adaptarnos a la nueva vida es algo que nos va a llevar nuestro tiempo, y no ocupamos mucho de él abriendo cajas. Will se ha acostumbrado muy rápido a la nueva casa y su lugar favorito es el desván que con tanto esmero preparó Peeta para que pudiera jugar allí. Incluso alguna noche nos ha pedido dormir allí, estirados sobre varias mantas. La verdad es que la experiencia fue muy divertida y hubiera sido incluso romántica si no fuera porque se empeñó en dormir entre los dos y nos cosió apatadas y codazos. Su habitación fue lo primero que decoramos. Le compramos la cama enforma de coche que quería y, aunque al principio tuve mis reparos en ella, tengo que reconocer que queda genial. Peeta se encargó además de ponerle un escritorio donde poder hacer los deberes, y entre los dos se dedicaron a forrar las paredes de la habitación con posters, y hemos vaciado estanterías de cómics que han ido comprando.

—Buenos días, preciosa —dice, estampando un beso en mis labios. Huele a jabón y a espuma de afeitar, olores a los que me he vuelto adicta. Las cosas entre nosotros van de maravilla, a pesar de que la llegada de Will ha disminuido por completo nuestros momentos de intimidad. De todos modos, estamos tan felices, que su compañía compensa con creces esa falta.

—¡Will, baja, que vamos justos de tiempo! Meto los desayunos de Peeta y Will en sendas bolsas y les doy un beso a cada uno. Hoy han decidido ir en metro al colegio, y yo tengo que hacer unas fotos para un reportaje antes de pasar por la redacción, así que me puedo permitir el lujo de salir más tarde de casa. —¿Nos llamamos luego?Asiento lentamente mientras me acerco a él, rodeando su cintura con ambos brazos. —¿Me echarás de menos? —le pregunto. —Pues claro que sí. ¿Lo dudas? —Valeeeeeee, venga va. Dejad de daros besos de una vez. Que siempre estáis igual.

—Oye, que nosotros no te molestamos cuando estás con Emma —replico.

—Nosotros no hacemos esas cosas asquerosas.

—Lo que pasa es que estás celoso —digo, agachándome a su altura y estrujándole entre mis brazos mientras le doy decenas de besos y él se retuerce, riendo a carcajadas. Después de meter la bolsa del desayuno en su mochila y de ayudarle a colocársela en los hombros, le miro a los ojos y se me tira a los brazos.

—Te quiero, Katniss —me dice al oído.

—Y yo, mi vida.

Entonces, antes de que salgan por la puerta, corro hacia Peeta y me suboa él de un salto. Mientras me sostiene en alto, agarrándome con un brazo alrededor de la cintura yo rodeo la suya con mis piernas.

—No mires, enano —le pide Peeta girando la cabeza de Will para otro lado. Hunde la lengua dentro de mi boca, haciendo volar de nuevo el millón de mariposas que viven en mi estómago desde el primer día que le vi correr por el parque. Presa de la lujuria, le doy un pequeño mordisco en el mentón, donde sigue estando la perilla que le pedí que se dejara.

—Te amo —susurra a escasos centímetros de mi boca.
—¿Ya me puedo girar?La aguda voz de Will nos vuelve a interrumpir, como siempre. Apoyo mi frente en la de Peeta, sonriendo de oreja a oreja, como siempre. Cierro la puerta y me apoyo en ella, mirando el salón de mi nueva casa, nuestra casa. Enciendo la radio de la cocina mientras me preparo un sándwich. El locutor comenta las noticias del tráfico y el estado de los transportes públicos,y parece concluir que es un lunes tranquilo para ser Nueva York, así que cojo la mochila de las cámaras, me calzo las zapatillas de deporte y salgo a la calle.

◆◆◆

Tres horas y casi doscientas fotos después, empujo la puerta de entrada del edificio del periódico. Es casi la hora de comer, así que, para intentar adelantar al máximo posible la criba de las fotos para el reportaje, me comeré el sándwich sentada en mi mesa, pegando un mordisco entre instantánea e instantánea. No seria la primera vez que lo hago. Echo un vistazo hacia la recepción y me sorprendo al ver el puesto vacío. Esto debería ser un hervidero de gente entrando y saliendo, así que me resulta extraño. Aprieto el botón del ascensor y las puertas se abren al momento. Creo que es la primera vez que subo sola en él, y me doy cuenta de lo grande que es... con lo pequeño que parece por la mañana, cuando subimos un mínimo de treinta personas, apretujados unos contra otros. Al llegar a mi planta, saco una botella de agua fría de la máquina dispensadora y empujo las puertas de la sala de redacción con el trasero porque llevo las manos ocupadas. Cuando me doy la vuelta, descubro que toda la sala está desierta. Camino lentamente hasta mi mesa, dejando mis cosas sobre ella. Doy una vuelta por los despachos del redactor jefe y del editor sin encontrar a nadie, hasta que oigo mucho barullo procedente de una de las salas de reuniones. Está llena de televisiones en las que están sintonizados varios canales diferentes, incluso de cadenas extranjeras. Dentro, mi jefe da indicaciones a varios compañeros, que salen despavoridos en distintas direcciones. Cuando entro, me doy cuenta de que están todos allí, unos mirando fijamente los televisores, otros hablando a través de sus móviles, unos gritando, otros con la boca abierta. Incapaz de saber a qué le prestan tanta atención, me intento hacer paso poco a poco hasta que descubro a Mike, el fotógrafo que me acompaña algunas veces y al que he sustituido otras tantas.

La Loca De La Camara (everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora