VII. A E I O U

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La señora Duncan se acercó a paso lento hasta sentarse en uno de los divanes del salón

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La señora Duncan se acercó a paso lento hasta sentarse en uno de los divanes del salón. Cargaba con una pila de libros en sus brazos; parecía haber recuperado ya todas sus fuerzas tras su enfermedad. Hoy comenzábamos las lecciones de lectura y yo me encontraba dando paseos de un lado para otro en un intento por esconder mis nervios.

—¿Está preparada? Hoy descubriremos el maravilloso mundo de las letras. Creo que deberíamos empezar por lo más básico: las vocales —comentó, seria.

—De acuerdo.

Tomé asiento frente a ella y me tendió una hoja en blanco junto con una pluma para escribir. Era una pluma muy elegante bañada en oro, debía de costar una barbaridad. Comencé a admirarla mientras la movía entre mis dedos.

—Fue un regalo de mi difunto marido —soltó, observándome, con una sonrisa triste.

—Es muy bonita. —Le devolví la sonrisa.

La señora Duncan dejó los libros apartados a un lado para entrelazar sus manos y enfocarme. Tenía una mirada penetrante e intimidante que hizo que se me erizara el vello. Había adoptado la postura de una maestra profesional.

—Bien, señorita Ella. Sabe usted cuáles son las vocales, ¿cierto?

—Sí, señora.

—Voy a enseñarla a escribirlas en un papel. Permítame —me pidió.

Extendió su mano en mi dirección para que le pasara la hoja en blanco y se la entregué junto con la pluma. Empezó a garabatear símbolos en ella, los cuales imaginaba que eran las letras A E I O U. Primero las dibujó en grande y más abajo, en pequeño.

—Mire, estas de aquí arriba son las vocales en mayúscula, se utilizan para abrir una frase y también para nombres propios, como su nombre o el mío. Las de más abajo son las minúsculas, que son las más frecuentes —me explicó—. Tome, intente calcarlas fijándose en el ejemplo.

Me extendió de nuevo la hoja y me maravillé con lo bonitos que parecían esos símbolos dibujados por la señora Duncan. Cada quien tenía una caligrafía diferente y la de la señora era envidiable. Suspiré para expulsar mis nervios y comencé con la primera, la A mayúscula.

Terminé de escribir todas aquellas letras y, para mi desgracia, me dolía la mano; todo por la falta de costumbre. En ese momento veía increíble que alguien pudiera escribir cartas enteras sin cansarse.

—Terminé —dije, contenta y exhausta.

—Perfecto, déjeme ver.

Le ofrecí la hoja.

—Increíble, Ella. ¿Está segura de que no sabe escribir? Para ser su primera vez ha reproducido todas las líneas con gran exactitud. —Me sonrió.

—Soy de aprendizaje rápido —dije con orgullo.

—Me alegra escuchar eso —contestó—. Continuemos entonces. ¿Sabría decirme alguna palabra sencilla que comience con la letra A?

Hasta que cese la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora