XVIII. Hablando de la reina de Roma

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 —Recuérdeme comentarle tras la cena un tema de especial importancia para mí —dije cogiéndome de su brazo izquierdo para bajar las escaleras

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 —Recuérdeme comentarle tras la cena un tema de especial importancia para mí —dije cogiéndome de su brazo izquierdo para bajar las escaleras.

—¿De qué se trata? Puede contármelo ahora si lo desea —contestó Matthew.

—No, dejémoslo para más tarde. Por el momento tengamos la fiesta en paz.

—Lo intentaremos. —Me sonrió una vez abajo.

La noche ya había caído. Las ventanas reflejaban completa oscuridad y todo se encontraba iluminado por la luz de los candelabros. Tras haber pasado unos cuantos días sin nevar, la tormenta había retomado su misión. Copos de nieve caían horizontales en el exterior amontonando nieve nueva sobre nieve vieja y rellenando aquellos huecos que se habían empezado a derretir.

En cuanto al interior de la casa, los pasillos se encontraban decorados con adornos navideños tales como velas o manzanas rojas. Ambas cosas tenían su significado: las velas se encendían para invocar al dios Sol y que este enviase su calor y luz durante los meses de bajas temperaturas, y las manzanas representaban el fruto con el que Adán y Eva cometieron el pecado durante su estancia en el Paraíso. Como buenos cristianos, eran tradiciones que no podían pasarse por alto.

Llegamos al comedor donde Grace, Luke y la señora Duncan se encontraban charlando alegremente alrededor del espléndido árbol de Navidad que aderezaba la estancia. Este estaba decorado también con manzanas rojas, muérdago y campanitas, representando un mensaje de paz y esperanza. El árbol tenía en su punta una estrella dorada cuyo brillo era mayor que el de los zapatos de charol del señor Clifford. La luz de las velas del comedor impactaban contra la estrella emitiendo destellos dorados en cada rincón.

—Buenas noches, queridos —saludó la señora Duncan—. Isabella, le agradezco en el alma que haya convencido a mi hijo para acompañarnos en esta noche —añadió mirándome.

Sonreí como respuesta y Matthew se removió, incómodo, a mi lado. Imaginaba la poca gracia que le estaba haciendo encontrarse en la misma habitación que las personas que tanto daño le habían causado; más aún, la vergüenza que podría estar sintiendo por haber sido persuadido por una mujer para estar allí donde no quería estar.

Nos acercamos a ellos con paso lento y me solté del agarre del señor Duncan. Este cogió una copa de champagne y me ofreció otra a mí. El señor Clifford nos miraba con los ojos entrecerrados, supuse que no le había gustado el gesto de hacerlo esperar para nunca llegar y que, además, hubiera llegado del brazo de su mejor amigo archienemigo.

—Buenas noches, Isabella —dijo al fin Luke mostrando una reluciente sonrisa.

—Buenas noches, señor Clifford —contesté con formalidad llevándome la copa a los labios.

—¿Cómo te encuentras, hijo? —preguntó la señora Duncan.

Matthew se hallaba despistado repasando la decoración del árbol. La miró sopesando si contestar o no.

Hasta que cese la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora