Cuando el señor Duncan por fin fue a abrir la boca y tras la larga espera que me había mantenido en vilo durante lo que se me antojaban incontables minutos, llamaron a la puerta interrumpiéndole.
—Buenas noches, señor Duncan, no pretendía molestar pero... —dijo Abraham antes de quedarse a media frase al percatarse de mi presencia—. ¡Vaya! Señorita Ella, disculpe, no sabía que estaría usted aquí.
—No te preocupes, Abraham, pasa —le indicó Matthew tomando asiento tras su escritorio.
—Bueno, en realidad no vengo solo, Sophie me acompaña —añadió Abraham tirando del brazo de la muchacha que apareció también en el despacho.
Los jóvenes se adelantaron unos pasos con la cabeza gacha. Miré a Sophie con desconcierto, pues habíamos hablado unas horas antes y no me había comentado que tuvieran intención de conversar con el señor Duncan.
—¿Qué se os ofrece, muchachos? —preguntó Matthew acomodándose en su silla.
—Verá, señor, lamentamos molestarle, pero creímos oportuno zanjar nuestros asuntos pendientes para poder comenzar el nuevo año con el pie derecho. Espero nos disculpe y pueda usted atendernos —soltó Abraham con una educación que nunca antes le había visto tener.
Sophie seguía mirando hacia el suelo, avergonzada, y Abraham tuvo que apretar su mano para que alzara la vista y mostrara respeto. El señor Duncan me miró a mí, que seguía sentada en el sillón, e inmediatamente supe que me estaba invitando a quedarme allí presente.
—Adelante —dijo Mathew con un gesto de su mano.
El joven muchacho comenzó a caminar intranquilo de aquí para allá mientras relataba los planes que él y su amada pensaron llevar a cabo mientras Sophie se encogía en su sitio con cada palabra recitada. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no levantarme en ese mismo momento y abrazarla; Sophie debía ser fuerte y, como ella misma había dicho, afrontar las consecuencias.
Mi mirada pasó al señor Duncan, que escuchaba con atención sin inmutarse, sin ningún gesto que indicase la manera en que estaba procesándolo todo; el último dato que Abraham mencionó sobre la redada que sufrió el grupo al que iban a unirse fue el que le hizo reaccionar al fin dejándolo perplejo.
—No entiendo la necesidad que teníais de poner en riesgo vuestras vidas —confesó cruzándose de brazos.
—Ninguna, señor, es por eso que nos sentimos arrepentidos y rogamos su perdón —dijo el muchacho.
—Sophie —la llamó el señor Duncan al ver que no había intervenido en la conversación—, ¿tú qué opinas?
La aludida alzó la mirada, nerviosa, y suspiró.
—Todo es culpa mía, señor Duncan, le ruego no castigue a Abraham con su indiferencia, la cual no merezco más que yo.
Matthew la observó en silencio meditando sus palabras, lo que incrementó los nervios de la joven. Abraham sostenía su mano en gesto de apoyo.
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Hasta que cese la tormenta
Historical FictionEs 1849 y el invierno está a punto de comenzar. Una inusual tormenta de nieve asola el estado de Maryland, dejando atrapada y a las puertas del cielo a una Isabella Collins recién llegada de Inglaterra. Ella es una joven libre de la esclavitud, al m...