Clarisse
Tanner Russel paseaba por su oficina, de un lado al otro con el teléfono pegado a la oreja. Llevaba puesta una camisa de vestir de color blanco arremangada hasta los codos, se encontraba abierta, ya que quitó dos de los botones, un hábito muy suyo que hacía cada que hablaba con alguien, cuando pasaba horas en el teléfono concretando un buen negocio o discutiendo con algún idiota de la competencia.
Sus pantalones de color azul oscuro se ceñían a su trasero cada que metía la mano dentro del bolsillo derecho. Me mordí el labio cuando se pasó la mano por la cabeza enterrando sus dedos en las hebras de su cabello ondulado.
Llevé el bolígrafo a mi boca, mordisqueando una de las puntas. Tanner se giró para caminar hacia el gran ventanal que permitía la entrada de luz a su oficina. Sin evitarlo solté un largo y sonoro suspiro que llamó la atención de mi mejor amiga, Diane.
—No lo mires tanto que se va a desgastar —opinó. Dejé el bolígrafo mordisqueado sobre mi escritorio y apoyé mi cabeza contra este, con cuidado, tampoco era tonta como para lastimarme a propósito.
—¿Crees que se dé cuenta? —pregunté.
—¿De qué? ¿De qué lo follas con la mirada? ¿Qué le quieres arrancar cada prenda del cuerpo para que quede desnudo? ¿O qué te quieres arrodillar y no precisamente para rezar el Ave María? —asentí —. Si sigues mirándolo como una depravada yo creo que sí, tarde o temprano se va a dar cuenta.
Levanté la cabeza de golpe encontrándome con su bonita mirada.
—No digas eso, lo que menos quiero es que me eche a patadas de aquí. Necesito este trabajo, Didi, lo sabes bien —suspiró bajito.
—Lo sé, y te entiendo, pero si no quieres que el jefe te despida deja de mirarlo como si no hubiera más hombres en la faz de la tierra. Por favor.
¡Pero es que no los hay!
Dios. ¿Cómo le hacía entender a Diane que para mí no existía nadie más que Tanner Russel? Que no importaba cuantos hombres se pusieran frente a mí yo no iba a tener ojos para nadie más porque para mí, el único hombre con el que soñaba y deseaba era él, mi sexy, encantador y atractivo jefe.
¿Cómo es que llegué a este lugar? Bueno, yo tampoco creía que algún día iba a terminar siendo la secretaria del presidente de las empresas Russel: Tanner, treinta y un años, divorciado, inteligente y buen negociador, le gustaba usar ropa cara y trajes Armani, zapatos que costaban más que la renta de mi departamento, adicto al café y al pay de manzanas, amante de los animales y la naturaleza. Por eso es que la compañía Russel aportaba mucho dinero en energía renovable y apoyaba a grandes y pequeñas fundaciones para combatir el maltrato animal y ayudar a rescatar perritos, gatos, etc., que sufrieran violencia o estuvieran en la calle.
El hombre perfecto.
Tenía dos años trabajando para él y desde ese momento se convirtió en el amor de mi vida, solo que él todavía no lo sabía y no lo iba a saber jamás. El amor que sentía por Tanner Russel se iba a quedar guardado en mi pecho y mis sueños nada más. Él jamás se iba a fijar en una mujer como yo, una chica de clase media, sin gracia y más simple que un agua de sabor sin azúcar. Tanner era de los hombres que salía con modelos, actrices, hijas de sus socios, mujeres con dinero y jodidamente hermosas. ¿Qué podía ver Tanner Russel en mí, la antipática y sencilla Clarisse Dawson? Nada, no tenía nada para ofrecerle, solo mi fidelidad y amor eterno.
Quizá enamorarme de mi jefe no era lo más correcto, pero no lo pude evitar, todo surgió natural, como lo hace un río en medio de un prado o las montañas. Su sencillez, su gran corazón y la energía positiva que emanaba hicieron que en mí empezaran a surgir estos sentimientos por él. ¿Cómo sabía que era amor y no un capricho? Solo lo sentía, era algo fuerte que me estaba consumiendo por dentro.
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Sueños salvajes. (COMPLETO)
Romansa¿Qué tienen en común una secretaria y un multimillonario, además del hecho de trabajar juntos y compartir el mismo espacio ocho horas al día, cinco días a la semana? Clarisse fantasea con su jefe las veinticuatro horas del día, y el tiempo que pasa...